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sábado, 6 de junio de 2020

Lo que el fascismo se llevó

Leo y releo 17 páginas de uno de mis libros compañeros. Penetran por mis ojos, se unden en mi y mi alma las devora. Siempre tengo un lápiz en la mano porque marco las frases que detienen el tiempo cuando las leo. Así, cuando vuelva a leerlas, recupero aliento.

Dice que ha visto muchos muertos pero que no ha aprendido cómo se muere uno. Que no aprendió, tampoco, a sortear la pena. Dice que nadie le enseñó a hablar estando solo ni nadie le enseñó a proteger la vida de la muerte. Que es triste el rumor de la derrota. Y confiesa, en pasado, que hablaban de la muerte para dejar la vida al descubierto.
Piensa que morirá, y que de las cuencas de sus ojos nacerán flores que irritarán a quienes prefirieron la muerte a la poesía.

Que es un poeta sin versos. Sin saber que desde que gastó esa mina de un lápiz a punto de romper, nunca ha dejado de dar vida a nuevos versos.

Dice un montón de cosas más, y yo me muero y renazco con todo lo que dice. Aunque de mis cuencas no nacerán flores, por aquellos hambrientos carroñeros que me acompañaron antaño. Porque hace tiempo que la vida se esfumó de ellas, que todo se secó.

Suspira, además, "infame turba de nocturnas aves". 

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