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sábado, 6 de junio de 2020

ESCRIBIRME I: si alguien pregunta por las instrucciones, díganle que busque en mi interior un cuaderno de tapas azul oscuro.

En “Writing down the bones”, Natalie Goldberg dice que es bueno preguntarnos, de vez en cuando, por qué escribimos.

Empecé a escribir entre los trece y catorce años. Estaba formando mi persona y leer se convirtió en algo muy importante para mí. Comencé a ser consciente de las barbaridades que ocurrían a nuestro alrededor, dolorosamente silenciadas, y no se me ocurrió mejor forma de enseñarle al mundo lo que descubría, que escribiendo. Porque leyendo yo sentía más fuerte, y quería que el resto sintiese más fuerte lo que a mi me preocupaba. Escribí sobre un chaval que recibía una tremenda paliza por llevar una bandera republicana. Escribí sobre el amor entre dos guerrilleros en 1939. Escribí sobre lo difícil que resultaba la vida de un negro en España, por simplemente ser negro.

Más adelante, un dolor desgarrador, que en la vida imaginé que pudiese existir, se apoderó de mi. Y yo no comprendía nada. Y mi mente se nublaba. Todas mis entrañas gritaban de dolor, mis órganos se estremecían y yo no entendía por qué. La escritura entonces me salvó. Escribía sin ser consciente de lo que decía hasta que lo leía. Era como si dentro de mi hubiese una personita pequeña que llevase años esperando ansiosa a que le preguntase. Y vomitaba todo lo que sabía, como si hubiese estado observando el comportamiento de cada célula de mi cuerpo, y entendiese todo que pasaba a su alrededor en cada momento. Yo preguntaba, y ella contestaba a través de mis dedos, en un cuaderno o en una pantalla. Y yo devoraba cada palabra que ella me regalaba. Porque mi dolor parecía entonces compartido y dolía un poco menos. O al menos distinto.

Desde entonces, sin quererlo ni saberlo, mi vida se escribía, a veces en verso y otras en prosa, dentro de mi. Y cada vez que vuelve a invadirme un sentimiento tan fuerte, solo sé llevarlo si me escribo. Si me digo lo que siento mientras formo párrafos o estrofas. Y el dolor adquiere forma y ya no busco un por qué.

¿Que por qué escribo?

Para poder ser.

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