Antes de opinar recuerda que tú has venido hasta aqui y que yo no te he invitado.

martes, 29 de abril de 2014

Al mal tiempo...

 Ya no espero nada, cierro los ojos tranquila sin avistar el fin de la tormenta.


"Quisiera estar alegre pero me pierdo en quimeras, no es que no quiera estarlo mierda es que no puedo."

Pulsando botón autodestrucción en 3, 2, 1...


(Pumm, fuck a todo)

Ai

 Sólo lo entendería un cubano, o el amigo de los cubanos.

Crónica de la ciudad de La Habana


Los padres habían huido al norte. En aquel tiempo, la revolución y él estaban recién nacidos. Un cuarto de siglo después, Nelson Valdés viajó de Los Angeles a La Habana, para conocer su país.

Cada mediodía, Nelson tomaba el ómnibus, la guagua 68, en la puerta del hotel, y se iba a leer libros sobre Cuba. Leyendo pasaba las tardes en la biblioteca José Martí, hasta que caía la noche.
Aquel mediodía, la guagua 68 pegó un frenazo en una bocacalle.
Hubo gritos de protesta, por el tremendo sacudón, hasta que los pasajeros vieron el motivo del frenazo: una mujer muy rumbosa, que había cruzado la calle.
- Me disculpan, caballeros --dijo el conductor de la guagua 68, y se bajó. Entonces todos los pasajeros aplaudieron y le desearon buena suerte.
El conductor caminó balanceándose, sin apuro, y los pasajeros lo vieron acercarse a la muy salsosa, que estaba en la esquina, recostada a la pared, lamiendo un helado. Desde la guagua 68, los pasajeros seguían el ir y venir de aquella lengüita que besaba el helado mientras el conductor hablaba y hablaba sin respuesta, hasta que de pronto ella se rió, y le regaló una mirada. El conductor alzó el pulgar y todos los pasajeros le dedicaron una cerrada ovación.
Pero cuando el conductor entró en la heladería, produjo cierta inquietud general. Y cuando al rato salió con un helado en cada mano, cundió el pánico en las masas.
Le tocaron bocina. Alguien se afirmó en la bocina con alma y vida, y sonó la bocina como alarma de robos o sirena de incendios; pero el conductor, sordo, como si nada, seguía pegado a la muy sabrosa.
Entonces avanzó, desde los asientos de atrás de la guagua 68, una mujer que parecía una gran bala de cańón y tenía cara de mandar.
Sin decir palabra, se sentó en el asiento del conductor y puso el motor en marcha. La guagua 68 continuó su recorrido, parando en sus paradas habituales, hasta que la mujer llegó a su propia parada y se bajó. Otro pasajero ocupó su lugar, durante un buen tramo, de parada en parada, y después otro, y otro, y así siguió la guagua 68 hasta el final.
Nelson Valdés fue el último en bajar. Se había olvidado de la biblioteca.

           El libro de los abrazos
                       De Eduardo Galeano

domingo, 27 de abril de 2014

Hábitat no recomendable

 Podría aguantar con mi estabilidad fingida, pero ¿cuánto?
 No hace falta que os diga que en cualquier momento, entre escombros y almas grises y agotadas con paso lento y desganado, llegue algo y me aplaste.



domingo, 20 de abril de 2014

Oh

Lamentablemente debo admitir que por el momento solo he logrado convertirme en una pre-escritora.
Existe entre ambos una sutil diferencia resumida en la siguiente metáfora: si un escritor nos proyecta su propia realidad como lo haría un eficiente catalejo, el pre-escritor lo hará más bien como unos anteojos olvidados en una torre de hojas secas; aunque mostrarán hermosas situaciones cuando unos rayos de luz penetren por sus viejos cristales, tarde o temprano provocarán un incendio irresponsable.

martes, 15 de abril de 2014

De no saber quién

  Míralas, cómo brillan.

 Nunca antes había sabido el amargor que se siente al escuchar los pájaros cantar, la melodía exacta de la libertad, estando uno encerrado. Vaya paradoja, te privan de la libertad impregnandote su caprichosa banda sonora sobre tu tímpano. El viento también vuela libre. No se sí lo habéis notado, pero siempre he estado un poco celosa del viento. Él puede correr todo lo rápido que quiera, sentir la adrenalina en su estómago, y la euforia más pura que exista. Puede ir a tanta velocidad que no deja de sentir la libertad en ningún momento. Echar carreras a su propia vida, gritar al mundo lo que le viene en gana, estar al borde del abismo y saltar. También puede empujar. Puede acompañar las olas del mar, sentir su olor, su braveza, su encanto. Puede chocar junto él contra las rocas, puede hacerse heridas sin sangrar. El acompañante más fiel de un ave, el enemigo mortal de un velero en plena tempestad. Qué juguetón, él, siempre junto al océano. Su océano.

¿Cuántas serán? Seguro que si te acercas a ellas, queman antes de lo esperado.

El viento también sabe ir lento. Recorrer un cuerpo entero sin que le molesten. Viajar por sus curvas y besar labios y bocas y labios. Puede ir todo lo lento que quiera, hasta ser el acompañante de cada nocturno solitario que camina por las calles de su ciudad. Esos que caminan cavizbajos, sin aparente compañía, arrastrando sus pies y con la mente en otro lugar, realmente van acompañados. Nadie puede vivir sólo. Es el viento, tan tierno, que le abraza y le envuelve en su capa con tacto a libertad, a euforia, a pureza. Eso también es verdad, el viento es puro rocío en movimiento. Un rocío que nace antes de que salga el sol, y muere a primeras horas de la mañana. Pero la esencia sigue en el viento.
Joder, qué bueno sería ser viento.

A lo mejor si las cuento...

  Creo que ahora se escuchan más fuertes. Los pájaros cantar digo. Parecen tan felices, tan satisfechos del labor que les ha tocado realizar en este mundo. Pero cómo duele escucharlos sin poder acompañarles. Retumban cada vez más en las paredes de esta celda, hasta que un día mi cabeza explote. Barrotes de carne y hueso. Que aprietan, presionan. Y joder, ¡que se callen ya esos pájaros! Hieren.

¿No parpadean?

 Si por lo menos estuviera sola tras lo barrotes. Pero no lo estoy, hay demasiado movimiento aquí dentro. Tanto movimiento que todavía no soy capaz de plasmarlo en el papel. Y el día que lo haga, se lo enseñaré al viento. Sólo al viento. Fiel amigo, tierno amigo. Porque soy todo lo que escribo y nunca enseño. Y el viento sabe quien soy. 
 Lo más curioso del caos son los sueños, demasiado abstractos. Demasiado elegantes. ¿por qué coño tendrán que aparecer ideas sin que yo las piense? He soñado que gritando iba a tu puerta. También borracha, mi primera buena borrachera. Gritaba y te pegaba. Sólo repetía una cosa: nunca [párrafo censurado por el autor].

 Sí que brillan, y parpadean también, es verdad. Creo que no puedo contarlas, son demasiadas. Quiero que sean mis amigas. Ellas y el viento. Las estrellas no paran de mirarme, o soy yo la que las mira a ellas.
 ¿Hola?

lunes, 14 de abril de 2014

¿Melancolía?

Siguiendo mi anterior entrada escrita 'a modo infantil' , prosigo con la mente de igual modo, y con nostalgia en los ojos a su vez.


  Pero tranquilos, lo vuelvo a guardar dentro. Esta vez con cerradura, y la llave la escupo.

..Demestro.

  Pago por mis pecados, por mis ralladas, por dejarme los nudillos en paredes y esas mierdas.
   
  Odio la absurda pero cierta manía que algunos tenemos de sentirnos la persona más ínfima y pequeña del planeta. Del universo. Sentir que con una ráfaga de aire puedes desvanecerte tan rápido como lo sea el viento. Desvanecerte y rendirte a su roce, mientras deja que te acoples en sus brazos para que te lleve lejos. Muy lejos. Y frágil. Sentirte tan pequeña que cada caricia sea un zarpazo para ti. De león. Con uñas y arañazos y sangre. Y duele. Tan pequeña que vas cantando para tus adentros pachín pachín pachín a garbancito no piséis, y tampoco le gritéis. Tan pequeña que te ves absurda. Y con eso basta para que los demás también vean lo absurda y patética que eres. Que andes absurda. Que camines absurda. Que grites absurda y que escribas patética. Porque ya no sabes escribir. Tampoco ves sentido a eso de mezclar letras e inventar nuevas palabras. Hoy quería algo así como demestro. ¿Qué tal el día? Bueno, va demestro. Pero al final lo he dejado. Ya no vienen y el sentido tampoco lo encuentro. El cómo mezclo las palabras digo, un sinsentido absoluto. Entonces para ti todo tiene una altura impensable, invisible. Y cierta altura hace lo que hacen las cosas altas. Dar sombra. Todo asombrosamente enorme que da sombra. Tan pequeña y a oscuras. Te acostumbras a sólo ir por lo negro e intentar esconderte mientras pachín pachín. Te escondes y eres pequeña. Lo peor es cuando te lo cres de verdad, y tan débil que intentas levantarte a ti misma pero tus brazos se te escurren y te arañas y la cara tampoco responde. Y los arañazos se notan y escuecen. Entonces las montañitas son ahora para ti montañozas. Montañas tan grandes que la cima pincha las nubes. Tan enormes que también son empinadas como nunca habías visto. Y al ser pequeña eres más niña. Y al ser más niña sólo se te ocurre cerrar ojos y boca. Y no hablar ni ver. Pero ves. Ves más de lo que quieres. Ves. Le ves. Y lo ves también. Y también hablas. En realidad gritas, pero para ellos son susurros. A los hombros en vez de un ángel y un diablo tienes a los dos con tridente afilado. Y estos también gritan, pero para ti son los gritos más sonoros que hayas podido sentir. Porque vienen desde dentro y es que también arañan. Y las heridas están dentro y cómo vas a poder curarlas. A lo mejor hay fuego y el fuego consigue cerrarlas. Ya qué más da. Sí total, esa montaña tienes que subirla y en realidad te ven grande grande y fuerte. Y no es tanta oscuridad, resulta que hay más luz que en ningún lado, pero tú te empeñas en apagarla.
  Eso, castígate y apaga la luz, Coro. Quédate a oscuras. Otra vez.

martes, 1 de abril de 2014

.,.,

 Y sí, tal vez Shirown me inspire a la hora de escribir.
                    Curioso como musa...

Sin título

"Los diques de mi mente ya no lo soportan, las grietas se engrandecen, el alma se desborda"

 Llamas que arrasan todo por donde pasan, lo desordena, lo quema, lo autodestruye. No se tú, pero yo ya me he cansado de intentar verle el sentido, quizá no lo tenga, y simplemente tengamos que dejarnos llevar. Quiero decir, la vida es imposible si la intentas controlar. 
 Tal vez sea por eso de estado mental invierno. Un invierno que en mi cabeza quema y no hiela, y en mis ojos llamea y no llora. Tal vez sea por eso de levantarme cada mañana y mirar a un espejo con un rostro casi desconocido. Digo casi porque tras esa cara cansada y esas ojeras, creo reconocer algo. A alguien. Por saber que es un uno contra uno, y el que pierde deja solo al otro. Tal vez sea por el gusto que he cogido a los días lluviosos y nublados, sin sol ni brillo. Tal vez sea por todas esas cosas, no lo se. Nunca se.
 Se vuelve a hacer tarde y aunque fuera esté oscuro, aquí todo iluminado por esas llamas. Desde mis pupilas.