Tengo siete años y estoy jugando en el patio del colegio.
Tengo amigas y amigos. Hay una amiga por la que siento especial curiosidad. En
mi cabeza (porque desde que recuerdo, hablo más dentro de ella que fuera de la
misma) mantengo largas discusiones sobre mi amiga. Me gusta su pelo, y aún más
sus ojos. Me gusta jugar con ella. Me gusta de una forma tan rara que se parece
a lo que sentía por un compañero en infantil. No lo entiendo. ¿se puede sentir
lo mismo por una chica que por un chico? ¿eso existe? No, Coro, será que
quieres ser su amiga con más fuerza que con otras. Punto y final en la conversación,
pero el sentimiento nunca cambió.
Diez años más tarde me encuentro bailando en clase de
contemporáneo. Hay una compañera que baila espectacular, sus movimientos muestran
una gran personalidad. Todas lo piensan y la miran. La miran pero yo siento que
puedo mirar más allá que el resto. Que soy capaz de leer entre sus brazos, de
sentir al ritmo que acompaña sus piruetas. No me escucho y no hablo sobre ello.
Pasado un año, estando muy cerca suyo, comienzo a sentir fuerte y no solo en el
pecho. Me digo “Coro, tía, ¿te estás poniendo cachonda?”. Nada más. Otro punto
y final y otro sentimiento sin abrazar.
No me como mucho la cabeza: he estado con varios chicos y me
he sentido atraída por ellos. Por consiguiente, me gustan los chicos. Punto y
final.
Con 19 años conozco por vez primera a una chica bisexual. Y
me gusta. Siento que me gusta pero no me hago mucho caso. Ya es un pasito. Esta
amiga comienza a salir con otra amiga, y mi corazón se rompe en mil pedazos.
Coro, creo que ya es hora de retomar esa conversación de hace doce años. Te
gustan las chicas. O no solo te gustan los chicos. Vaya lío. Leo, leo mucho
para comprenderme. Para conocerme. Busco artículos y respuestas. Busco mucho y muy
al fondo porque cuesta un montón encontrar algo sobre bisexualidad ¿es que no
existe? No encuentro tampoco ninguna representante bisexual con la que sentirme
identificada.
Desde que salí del armario como bisexual, siento cómo su
puerta siga abierta a mis espaldas. Comentarios como “vaya guarrilla estás
hecha eh” o “¿en serio piensas que algún tío va a pensar que no eres bollera?” me
persiguen a diario. Incluso dentro del colectivo LGBT me han tachado de hetero o
lesbiana. Una de dos. Que no les engaño. También, de la boca de amigas
lesbianas, he escuchado “yo con bisexuales no me meto, que te vuelven loca”. No
somos de fiar, dicen. Me he sentido, también por comentarios, menos combativa
por ir de la mano de un chico. Continuamente me pregunto si realmente soy
bisexual o será verdad que estoy en “transición”. Después de mantener
relaciones con tíos, tías o ties me pregunto si me ha gustado o es que sigo
condicionada por lo que me ha dictado la sociedad. Mi identidad pendiendo de un
hilo que suelto y agarro repetidamente.
Basta ya. Aceptemos la bisexualidad como algo más que una
letra B. La bisexualidad provoca tal rechazo porque tiene la capacidad de romper
el discurso predominante de la sexualidad, desacreditar el binarismo de género que
nos impone la sociedad. Cambiar roles y derrumbar pirámides en cuya cúspide
residía un hombre cis hetero.
Me piden que escriba algo en relación al 25N desde la perspectiva
bisexual. La escribo como mujer bisexual en una sociedad que tanto daño me ha
hecho por, simplemente, serlo. En Reino Unido han hecho varios estudios específicos,
y aseguran que las mujeres bisexuales tienen cinco veces más probabilidades de
sufrir abusos sexuales que las mujeres heterosexuales u homosexuales. Esto ocurre
en consecuencia a la educación que recibimos, los medios de comunicación y el
porno convencional, donde representan la bisexualidad femenina como un juguete
sexual, picante, para la satisfacción masculina. Donde se cosifica y
deshumaniza a la mujer bisexual, permitiendo que se ejerza sobre ella mayor
grado de abuso y violencia.
A día de hoy, sigo sintiéndome incómoda al mantener relaciones
sexuales con hombres. Me pregunto si me están utilizando, si se esperan de mi
algo que les han hecho creer. Ese algo picantón en lo sexual que las bisexuales
tenemos que llevar de fábrica.
El vínculo entre feminismo y bisexualidad reside en esa incertidumbre,
inestabilidad, titubeo y veleidad que se asocian a la bisexualidad y tradicionalmente
asignado a la feminidad. Debemos, por tanto, seguir luchando por deshacernos de
esos prejuicios que nos acompañan por, simplemente, nuestro género u orientación
sexual. Por conseguir una sociedad más libre e inclusiva, diversa, que no
cuestione, hiera o mate a nadie por ejercer su deseo. Por, simplemente, ser.