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miércoles, 7 de septiembre de 2016

Eterno retorno no aclamado

Noto un martillo clavar astillas en mi cabeza que no hacen más que encerrar. Fuego y no hay salida. Llevo un tiempo a la sombra porque sé que fuera arde. Acabaré por decir y no contar nada. Me acabo de borrar y tampoco se reescribirme. 
Dice Ruth que sufre criptomnesia y atrevería a diagnosticarme lo mismo. Me oculto a mi mirada y reescribo lo que no escribí. Pero sí. 

He comentado alguna vez la grandiosa y dañina capacidad que tengo para bloquearme y no sentir nada. Pues he descubierto que si lo hago durante tanto tiempo, me cuesta encontrar el camino de vuelta. Han crecido matorrales y hay ramas por todas partes. Tiempo, ¿las pillaste? Bomba, ¿explotaste?

Lobo, deja de buscarte.

Os lo cuento porque noto que a nadie escribo más que a mí. Bueno, es cierto. Y ahora te digo, que este camino engaña y aunque creas que no, tus pies sangran por las pequeñas piedras puntiagudas y afiladas que hay bajo tu piel. Si, pisas sobre pisado, deja de seguir el rastro rojo, coño.

Lobo, lobo, lobo, ¿por qué viniste?

Aunque creas que estés un nivel superior, aunque creas poder plantar cara a lo inevitable, tus llemas arderán, tus ojos colmarán y tu rostro en el espejo no volverás a ver. Verás, busca al viento, hace tiempo que no golpea tu ser. Y aún así no sientes nada, ni tus pies. No has descubierto todavía si las hojas en otoño se suicidan o simplemente caen. Ni has visto a un pingüino volar. Ni si quiera buscas un por qué. Calla.

Lobo, aúlla fuerte para que no me oiga.