Antes de opinar recuerda que tú has venido hasta aqui y que yo no te he invitado.

lunes, 25 de marzo de 2013

Ojos Oscuros

Este niño era menudito, bajito y con la cabeza brillante como una bola de billar. Este niño ya no era como los demás. Antes gritaba, ahora callaba. Antes corría, ahora caminaba. Antes soñaba, ahora reflexionaba.
  Fue al poco tiempo de entrar en su colegio cuando el niño travieso y juguetón dejó de hacer cosas de niños. Ni travieso. Ni juguetón. Fue al poco tiempo de llegar a ese edificio, lugar para aprender y dormir, morada de hijos de la iglesia.
  Ojos oscuros miraban a este niño, cuando gritaba y corría. Ojos oscuros atraparon a este niño, cuando gritaba y corría. “¿Qué sucede Padre?” fue lo que dijo el niño. El cura le llevó a una habitación oscura como sus ojos, donde solo él podía ver lo que sucedía. A la mañana siguiente, este niño dejó de gritar para callar. Dejó de correr para caminar. Dejó de soñar para reflexionar. Dejó de ser un niño de verdad.

sábado, 16 de marzo de 2013

Llueve, y el tiempo pasa.

  Llueve. La noche avanza. Un silencio, interrumpido por truenos que suenan de vez en cuando. Una oscuridad, alumbrada por rayos que aparecen, de la mano de los truenos. Llueve y todo parece seco. Y está mojado. Todo.
  En la esquina, sentada, está ella. Acurrucada, con las piernas dobladas arropadas por sus brazos. Y la cabeza hundida en el hueco que ha hecho entre su pecho y sus rodillas. Como un refugio.
   Ahí está ella, mojándose. Y secándose. 
  Llora, dejando que la lluvia se trague sus lágrimas. Quizá por eso ha escogido esa noche y no otra, para llorar. Quizá por eso no ha dormido, y ha esperado a que pasasen las doce de la noche para salir. Para que la lluvia borre sus lágrimas, y nadie sepa nunca que llora por ello. 
  Se araña, grita en silencio. Aprieta los puños y la mandíbula. Llora.
  Lágrima, gota.
  Coge la estrella roja de su bolsillo y se la lleva  a los labios. La besa. Saca la cabeza de su refugio, y muestra su rostro a la noche. Su rostro dolorido. Hinchado por un lamento silencioso. Mira la luna, con ojos brillantes. La culpa. 
  Tú viste todo y no lo impediste. Tú presenciaste su muerte, y no la detuviste. Tú viste la sentencia, y no me avisaste. Culpable. 
  Ya no mira con cara triste, tiene el ceño fruncido y no le quedan lágrimas. Mira a la luna. Con tan intensa mirada que parece que se da la vuelta, temerosa por sus ojos llenos de rabia. 
  Despega sus labios, y un hilillo de voz sale por su boca. No se oye, y sólo si te acercas a tres centímetros de su cara puedes averiguar lo que está diciendo. Lo que está cantando. No ha subido el tono de su voz, pero retumba en todos los edificios de Madrid. De España. Y llega a todas las personas. Los truenos no la callan. No pueden. 
  Y sigue. Sigue cantando la canción, pensando en los ocho tiros que ha escuchado hoy, a las doce de la noche. Pensando en él, preso del pasado. Canta. Canta para él y para la luna. Para que se enteren. 
  Los nada de hoy todo han de ser.

  "Somos la joven guardia
que va forjando el porvenir.
Nos templó la miseria,
sabremos vencer o morir.
Noble es la causa de librar
al hombre de su esclavitud.
Quizá el camino hay que regar.
con sangre de la juventud.

Que este en guardia,
que esté en guardia.
el burgués insaciable y cruel.
Joven guardia,
joven guardia,
no le des paz ni cuartel..."
 Canta, para que la oigan.