Esta noche he tenido un sueño. Un sueño que
ha hecho que me levantase con ganas de más. Mucho más.
Andorra. El lugar donde me encontraba era en
Andorra, tan cerca y a la vez tan lejos. Cómo es posible, que viviendo a solo
unas horas de distancia, nunca me haya designado a ir. Tal vez sea por esa
tendencia a vaguear que se ha asentado sin ningún problema en mi interior. Pero
en los sueños, en los sueños no. Ahí todavía no ha llegado, ni llegará. En un
sueño puedo correr, saltar y jugar durante horas sin cansarme siquiera. Una vez
soñé que nadaba desde Portugal a NY solo por ver la estatua de la libertad. Y
ahí estaba yo, sin jadear y con el mismo ánimo que conlleva una noche de
sábado. Bueno, me estoy desviando del tema. Lo que iba a contar era mi sueño de
esta noche…
Bajo
mis suelas, nieve. A cada paso que doy, noto cómo se hunde la densa, y a la vez
ligera, capa blanca. Tan blanca que daña los ojos al mirarla. No estoy sola,
también está mi familia, mirando con la misma cara de asombro el paisaje que se
presenta ante nosotros. Tan bonito, tan irreal. El cielo, de un azul intenso, contrasta
con el blanco de las montañas, que junto a los pinos de su colina, crea una
bonita combinación de colores.
Normalmente, cuando estoy en la nieve, suelo hacer muñecos y numerosas
bolas para lanzarlas a cualquiera que se cruce por mi camino. Esta vez no.
Ahora me dispongo a ponerme unos esquís, (¡¿yo esquiando?! Si no lo veo no lo
creo) e impulsada por los bastones, comienzo a deslizarme colina abajo. Me
siento ligera, como si en cualquier momento fuese a despegar los esquís del
suelo. Si cierro los ojos, puedo imaginarme saltando por las nubes, con el
viento azotando mi cara, a una velocidad peligrosamente rápida. Como si volase.
Es curioso, porque esta sensación no la
conozco, y sin embargo, siento como si ya la hubiese experimentado hace mucho
tiempo. Nunca he esquiado, y lo más parecido que he hecho ha sido lanzarme con
un trineo rojo en la cuesta de al lado de mi casa.
Tras
una mañana intensa de esquiar y esquiar, vamos a comer al hotel, todos juntos.
La comida está deliciosa: de primero, una ensaladita de diente de león. De
segundo, trucha a la andorrana. Y por último, de postre, brossat. Parece
mentira que con el simple hecho de estar sentada una horita mientras comes,
acabes con un cansancio que te impulsa a la cama a echarte una siestecita. Pero
no muy larga, porque enseguida nos ponemos en camino y salimos del hotel.
Esta vez no nos ponemos los esquís. Esta vez vamos a otra parte, también
en la nieve.
A partir de este momento no recuerdo muy bien
el sueño. Solo escenas, que van saltando de una a otra. Una tras otras, algunas
confusas y otras divertidas.
Estoy de
pie, sujetando lo que parecen ser unas riendas. Pero no estoy encima de un
caballo. Son riendas más largas. Y bajo mis pies, madera. Es un trineo, muy
distinto al rojo que tengo en la alacena. Más grande. Y más bonito. Las largas
riendas sujetan perros. 2, 4, 6… ¡14 perros! De repente, se echan a andar. Ahora
corren. El trineo, conmigo encima, se desliza tras ellos. Estoy guiando, yo
solita, a catorce perros en la nieve. Es fantástico, incluso mejor que esquiar.
Sin saber cómo ni por qué, me encuentro en una piscina, calentita, que
ayuda a relajar todos los músculos de mi cuerpo, fríos y cansados tras un
bonito pero agitado día en la nieve. Es un balneario.
La última escena es en un coche. No sé a dónde me lleva. Ni de donde hemos
partido. Miro por la ventana, y puedo ver el paisaje más bonito que he
encontrado en muchos años. Son montañas, repletas todas de vida. Pinos verdes
las cubren, y entre ellos, algún animalillo. Una liebre corre a meterse en su
madriguera, perseguida por un zorrito. A tres kilómetros, cinco rebecos comen,
arrancando las finas hierbas del suelo. Abro la ventana, y, sin dar aviso, un olor
a humedad, madera y resina llena el coche por completo. Al inspirar, noto como
el aire fresco llena mis pulmones. Si saco
la cabeza, y miro al cielo puedo ver un águila sobrevolar el paisaje, siguiendo
al coche, como si nos protegiese de algo. O nos vigilase.
Bueno, y este ha sido el sueño que me ha
ayudado a levantarme tan eufórica.
Ojalá, los sueños se cumpliesen. Tal vez, si
cierro los ojos fuertemente y pienso en ello con intensidad, lo consiga. Acabo de
ver una estrella fugaz, y creo que sé cual es mi deseo.