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domingo, 7 de junio de 2020

ESCRIBIRME II: la teoría de la relatividad reducida a un beso.

Estábamos tumbadas en la cama, no nos mirábamos pero sí nos sentíamos. Al menos yo la sentía a ella. La habitación era un poco austera. Las paredes, lisas, vestían de un color rosa pastel, tapadas solo por un pequeño espejo mal colgado con el que nunca podrías verte de cuerpo entero, y por un cuadro que parecía ser barroco. En la pintura, podían verse dos mujeres con grandes vestidos blancos de la época, con pequeños adornos en su vuelo, y sombreros tintados de crema, sobre los que descansaban flores de colores. Reían mientras se miraban a los ojos. Ambas portaban un pequeño paraguas para protegerse del sol. 

El suelo estaba cubierto de ropa desperdigada y, frente al espejo, una toalla, como si alguien se acabase de duchar y la hubiese dejado resbalar por su cuerpo, mirándose en el espejo para intentar verse mejor. Frente a la cama, una puerta acristalada se encontraba abierta, permitiendo pasar una suave brisa. Daba a una pequeña terraza con barandillas blancas, sin duda recién pintadas. Sonaba en el cuarto de al lado una canción de Love of Lesbian: "Oniria e insomnia".

Nos habíamos quedado en silencio, solo se escuchaba el murmullo de la música. Mi corazón iba a mil, y yo no entendía por qué. Era mi amiga. Una cascada de pensamientos contradictorios azotaban mi cabeza. Algo me decía que lo que estaba sintiendo no podía ser, como si estuviese violando una Ley Fundamental. Al fin y al cabo, ¿Se puede engañar a la gravedad?. Se me estaba revolviendo el estómago. Una fuerza que emanaba de lo más recóndito de mis entrañas me pedía que me acercase más a ella. La música, que hasta el momento ayudaba a distraerme, empezó a escucharse cada vez más baja, hasta que solo quedó silencio. Y con el silencio, sólo quedaba escucharme. Dejar de callarme. En aquel instante, me sentí capaz de retar a Newton si hacía falta. Conteniendo el aliento, me acerqué lentamente a la que era mi amiga, que miraba el techo de forma curiosa, tal vez ajena a todo lo que estaba pasando en mi interior. Estaba recostada, tenía las piernas estiradas y entre cruzadas, al igual que los brazos sobre su abdomen. Al notar mi movimiento, giró la cabeza y nuestras miradas se encontraron. Ella sonreía. Pasaron segundos que a mi me parecieron minutos, horas o años. No sabría decir bien, porque en ese momento todos los relojes de mi cabeza cayeron al suelo y se rompieron. Yo seguía sin poder respirar y cada vez notaba más revuelo dentro de mi. La sonrisa se había borrado de su rostro y su mirada estaba cargada de desconcierto, seguramente alertada por la mía. Me acerqué más, muy despacio. Con todos mis sentidos centrados en ese momento y espacio, ya no notaba la brisa, ni escuchaba a nuestra amiga en el baño de al lado, peinándose el pelo y hablando de planes futuros. Tampoco escuchaba cómo Onírica e Insonmia se encontraban. Toda mi atención estaba reducida a ella, a sus ojos, incapaces de apartarme la mirada. Me acerqué más y mis ojos encontraron la atracción en sus labios, ligeramente abiertos. Y mis labios encontraron los suyos. Y mis párpados se cerraron. Ella tardó un poco en reaccionar, pero respondió a mi beso con otro aún más intenso. Pudieron pasar otros mil años más, y una infinidad de batallas en mi interior. Nunca había sentido algo tan intenso y tan puro, y me extrañaría saber que existiese algo más cercano a la felicidad.

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