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viernes, 3 de abril de 2020

Más allá de mi piel.

Hay una farola en mi calle que siempre me sorprende cuando la veo. Tiene una luz distinta a las demás. Brilla más claro. Además, es redonda, como las de antes. Mi perra está coja y yo tengo una mano que nunca deja de dolerme. Tres de mis ratas llegaron con un miedo tremendo a las humanas que aún no he conseguido sacarles. Otra de mis ratas es una de mis mejores amigas, y ya tiene el rostro de una rata vieja. Tiene dos años. 

Cuando salgo de noche solo escucho ladridos sin cesar de una decena de perros, sigo preguntándome qué se contarán. Qué se ladrarán.

De pequeña imaginé que las personas éramos mundos, con sus ríos y montañas, y que conectábamos si nuestros ecosistemas conectaban.

Hoy me he levantado pensando en mi carrera. Por un trabajo de una asignatura. Y desde entonces no pienso.

El camión de la basura pasa todas las noches a una velocidad demasiado rápida para estas callejuelas. Hay veces que pienso que en un giro va a volcar.
Cada vez que llamo la atención a mi perra para que me espere antes de cruzar la calle, se sacude. Fuera movidas tía.

Hay una ventana vacía donde antes había alguien.

No me gustan los abrazos y todavía no sé por qué. Sólo puedo escribir de carrerilla porque si no, empiezo a descartar movidas y acabo guardando todo en mi cabeza en un lugar que luego pierdo.

Hace unos días quería hablar de la mierda del egoísmo y de lo importante que es ponerse en la piel de la otra persona, la empatía, el respeto y, sobretodo, pisotear el odio y echarlo a un lado. Pero hoy estoy cansada y quiero estar un ratito conmigo a solas y sin tener que pensar en nadie ni hacer nada por nadie ni escuchar nada de nadie ni mover un dedo por nadie. Sólo un ratito, un pause en mi vida más allá de mi piel.