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sábado, 2 de abril de 2016

Naru a sus 16


 Has visto cómo llueve mientras fuera brilla el sol. Cómo atardece cuando el sol asoma por las montañas. Te has perdido por un laberinto que usa los árboles a modo de paredes. A veces altos pinos que intentan tocar, mientras juegan, las nubes con sus copas. Corretean y hacen carreras mientras crecen a una velocidad peligrosamente rápida. Llegan a la meta y la recompensa es hacer cosquillas a nubes esponjosas. Otras veces bajos abetos que se dan las manos con sus raíces. Pero este terreno ya lo conoces muy bien. Sabes que hay trampillas en el suelo de arena fina, ocho exactamente, que llevan a destinos que sólo tu (a veces) sabes. Quizá a un jardín de infancia colorido y lleno de casitas, donde cuando chispea, la gente dice, mientras mira al cielo con el ceño fruncido y los ojos entre cerrados, que está orvallando. O tal vez a una playa de piedras en vez de arena, donde una niña juega en vacaciones lejos de sus padres por vez primera. Pienso e imagino que una de esas pequeñas trampillas, que al abrirlas chirrían por sus 16 largos años, te guía a un país donde puedes sentirte en un abrazo continuo. Donde duermes a pie de playa, bajo el mar hay otro mundo, y tanto dentro como fuera del agua el color predomina sobre cualquier gris. Donde las vacas son cebús, y crees ver bisontes por la carretera. 
 Fuera de estas trampillas, encuentras escaleras de madera que van cambiando de rumbo. Como sí de Hogwarts se tratase. A cada peldaño que subes, el 'piso de arriba' cambia. A veces un paisaje y otras veces dos unicornios, un pegaso y un hipogrifo te esperan junto a un enano que les alimenta. 
 Ay pobre del que intente hacer el laberinto, qué perdido se va a encontrar. Me imagino su cara, con la boca abierta y alucinando al ver lo que habría ante sus ojos. Esto sólo puede ser obra de un genio, pensaría. Para eso tú, sonriendo y calmada, le coges de la mano y le dices al oído que no se preocupe, que si cierra los ojos y lo piensa muy fuerte, puede acoplarse al ambiente y hasta tener cerca un escudo si lo cree necesario.
 
 Y es que todo esto, y más que sólo tú llegas a alcanzar, se encuentra en el interior de una chica que en un principio sería negra como el carbón a causa del vicio a la nicotina de su madre. La cuarta de cuatro que ni ella sabe lo que guarda en su interior. Pero eso ya es cosa suya, tuya, el descubrir poco a poco cada rincón del laberinto que alberga en tu cabeza. Un laberinto, que si te fijas bien, no tiene límites. Sí principio, no final.