Antes de opinar recuerda que tú has venido hasta aqui y que yo no te he invitado.

miércoles, 10 de junio de 2020

ESCRIBIRME IV

  • El café.
  • El viento.
  • La luna.
  • Mi yo interior.
  • Alejandra.
  • Diego.
  • La energía del entorno.
  • El capítulo 2 de "Los Girasoles Ciegos"
  • Palestina.
  • El mediterráneo como fosa común.
  • La naturaleza en mi.
  • Única testigo de la vida de mis compañeras peludas.
  • La lucha interseccional.
  • Un cuaderno de tapas azules.
  • La voz dormida.
  • Sin duda, el presente.
Han abierto un museo en mi ciudad y mi cuerpo se halla expuesto, abierto en canal y con una enorme esfera blanca en el espacio que ocuparía mi corazón, llena de cráteres. Enraizados a mis entrañas, crecen árboles y un viento que viene de abajo azota sus ramas. Mi piel es incolora y parece sacada de Guernica.

Toda la que pasa se queda absorta con la exposición, y por un momento los relojes se paran y sienten un pinchazo en todo su ser.

martes, 9 de junio de 2020

ESCRIBIRME III

Hace mucho que no salía de casa, vuelvo a sentirme como Pizarnik, extraña en un día soleado. Hay un hombre que acaba de bajarse de una moto y lleva guantes morados, y creo que son los que más me gustan. Es curioso, cómo creemos que nos mostramos con nuestro aspecto, con los accesorios que llevamos, cuando seguramente para cada persona signifique algo distinto. Aunque, al fin y al cabo, yo me muestro así para mí, ¿No?

En el coche he encontrado una moneda de dos céntimos con unas hojas de Carballo dibujadas. Irremediablemente he pensado en Galicia, mi segunda casa. Me la llego a encontrar hace cuatro años, y habría pensado en los robledales de Cercedilla sin dudarlo.

Nunca me ha parecido tan estimulante Madrid Ciudad. Os explico: estoy haciendo una especie de reto personal (escribirme) para escribir todos los días durante al menos un mes. Ayer, que era mi tercer día del reto, no lo cumplí. Hoy tengo que escribir sobre diez cosas que vea a mi al rededor. ¿Pero cómo elegir diez cosas? Levanto la mirada, y en un segundo ya he visto mil doscientos detalles.

Hay 18 baldosas de 6 cuadraditos de ancho cada una, hasta el final de la acera. Todo el mundo lleva mascarilla, pero he visto a una mujer con una dada la vuelta y a otra que la llevaba del revés. Menos mal que esta última ha dicho "cuando empezó todo esto pensé en la suerte que tuvimos con el gobierno, porque nos llega a tocar con la derecha al mando y España desaparece". Digo menos mal porque al menos es consciente de que no todo el mundo es capaz de saber llevar esta situación.

He sentido un poco de claustrofobia aunque pueda ver el cielo, que hoy se viste azul intenso.

Debe ser la hora de pasear a perros, porque he saludado a unos cuantos, y tres han recreado la escena de Pongo y Perdi, cuando se saludan y enredan sus correas y a sus dueñas.

Esto al lado de Bea hubiese sido más fácil, teníamos una capacidad tremenda para captar la vida del resto de la gente. O al menos pensábamos que la teníamos. Porque nos sentábamos en el Intercambiador de Moncloa y observábamos durante horas a los transeúntes, comentando las diferentes vidas que les asignábamos con, no lo voy a negar, un toque un tanto humorístico.

He visto a un señor mayor hablar con su perro como yo lo hago con Fibi o con Pale. Le explicaba que no debía ocupar toda la acera y que tenía que elegir solo un lado, porque si no confundía a la gente. Varias bicis han pasado a una velocidad sorprendentemente rápida en su carril correspondiente (se nota que las urbanitas se han acostumbrado a una ciudad un poco más eco). 

He perdido la cuenta de las cosas en las que me he fijado, pero es curioso que el tema era más bien enumerarlas, pero yo, como siempre en las nubes, no puedo evitar sacar de cada una de ellas un poquito más.

domingo, 7 de junio de 2020

ESCRIBIRME II: la teoría de la relatividad reducida a un beso.

Estábamos tumbadas en la cama, no nos mirábamos pero sí nos sentíamos. Al menos yo la sentía a ella. La habitación era un poco austera. Las paredes, lisas, vestían de un color rosa pastel, tapadas solo por un pequeño espejo mal colgado con el que nunca podrías verte de cuerpo entero, y por un cuadro que parecía ser barroco. En la pintura, podían verse dos mujeres con grandes vestidos blancos de la época, con pequeños adornos en su vuelo, y sombreros tintados de crema, sobre los que descansaban flores de colores. Reían mientras se miraban a los ojos. Ambas portaban un pequeño paraguas para protegerse del sol. 

El suelo estaba cubierto de ropa desperdigada y, frente al espejo, una toalla, como si alguien se acabase de duchar y la hubiese dejado resbalar por su cuerpo, mirándose en el espejo para intentar verse mejor. Frente a la cama, una puerta acristalada se encontraba abierta, permitiendo pasar una suave brisa. Daba a una pequeña terraza con barandillas blancas, sin duda recién pintadas. Sonaba en el cuarto de al lado una canción de Love of Lesbian: "Oniria e insomnia".

Nos habíamos quedado en silencio, solo se escuchaba el murmullo de la música. Mi corazón iba a mil, y yo no entendía por qué. Era mi amiga. Una cascada de pensamientos contradictorios azotaban mi cabeza. Algo me decía que lo que estaba sintiendo no podía ser, como si estuviese violando una Ley Fundamental. Al fin y al cabo, ¿Se puede engañar a la gravedad?. Se me estaba revolviendo el estómago. Una fuerza que emanaba de lo más recóndito de mis entrañas me pedía que me acercase más a ella. La música, que hasta el momento ayudaba a distraerme, empezó a escucharse cada vez más baja, hasta que solo quedó silencio. Y con el silencio, sólo quedaba escucharme. Dejar de callarme. En aquel instante, me sentí capaz de retar a Newton si hacía falta. Conteniendo el aliento, me acerqué lentamente a la que era mi amiga, que miraba el techo de forma curiosa, tal vez ajena a todo lo que estaba pasando en mi interior. Estaba recostada, tenía las piernas estiradas y entre cruzadas, al igual que los brazos sobre su abdomen. Al notar mi movimiento, giró la cabeza y nuestras miradas se encontraron. Ella sonreía. Pasaron segundos que a mi me parecieron minutos, horas o años. No sabría decir bien, porque en ese momento todos los relojes de mi cabeza cayeron al suelo y se rompieron. Yo seguía sin poder respirar y cada vez notaba más revuelo dentro de mi. La sonrisa se había borrado de su rostro y su mirada estaba cargada de desconcierto, seguramente alertada por la mía. Me acerqué más, muy despacio. Con todos mis sentidos centrados en ese momento y espacio, ya no notaba la brisa, ni escuchaba a nuestra amiga en el baño de al lado, peinándose el pelo y hablando de planes futuros. Tampoco escuchaba cómo Onírica e Insonmia se encontraban. Toda mi atención estaba reducida a ella, a sus ojos, incapaces de apartarme la mirada. Me acerqué más y mis ojos encontraron la atracción en sus labios, ligeramente abiertos. Y mis labios encontraron los suyos. Y mis párpados se cerraron. Ella tardó un poco en reaccionar, pero respondió a mi beso con otro aún más intenso. Pudieron pasar otros mil años más, y una infinidad de batallas en mi interior. Nunca había sentido algo tan intenso y tan puro, y me extrañaría saber que existiese algo más cercano a la felicidad.

sábado, 6 de junio de 2020

Locura de mis días, alimenta mis noches.

Me encontraba en un basto barco bajo un cielo ennegrecido, tronando alaridos de mentes banales sin la pregunta en el eje de sus días, arrojándonos el agua que habría alimentado a sus raíces. Una multitud de personas, que parecían estar guiadas por esos cánticos, remaban a favor de corriente mientras se hinchaban con el agua que el cielo regalaba. Y yo, desconcertada a la par que enrrabietada, mientras me sacudía su estupidez, luchaba por remar en contra de la corriente.

Cada vez más pequeña.

Y ahí, en ese preciso instante, cu

ando todo lo demás seguía un mismo surco que yo me negaba a tomar, apareció ella.


Y remó en contra de la corriente.

Y el agua parecía resbalar por su piel, y caer.

Cantó conmigo nuevas ideas. Se alimentó conmigo de tierra, agua y fuego. De luz de luna.
Y aullamos.

No sé qué habría hecho sin ella... Perderme entre ese oleaje cuanto menos.


Pd: solo ella se habrá fijado en la palabra "basto" de nuestro pequeño relato.

Lo que el fascismo se llevó

Leo y releo 17 páginas de uno de mis libros compañeros. Penetran por mis ojos, se unden en mi y mi alma las devora. Siempre tengo un lápiz en la mano porque marco las frases que detienen el tiempo cuando las leo. Así, cuando vuelva a leerlas, recupero aliento.

Dice que ha visto muchos muertos pero que no ha aprendido cómo se muere uno. Que no aprendió, tampoco, a sortear la pena. Dice que nadie le enseñó a hablar estando solo ni nadie le enseñó a proteger la vida de la muerte. Que es triste el rumor de la derrota. Y confiesa, en pasado, que hablaban de la muerte para dejar la vida al descubierto.
Piensa que morirá, y que de las cuencas de sus ojos nacerán flores que irritarán a quienes prefirieron la muerte a la poesía.

Que es un poeta sin versos. Sin saber que desde que gastó esa mina de un lápiz a punto de romper, nunca ha dejado de dar vida a nuevos versos.

Dice un montón de cosas más, y yo me muero y renazco con todo lo que dice. Aunque de mis cuencas no nacerán flores, por aquellos hambrientos carroñeros que me acompañaron antaño. Porque hace tiempo que la vida se esfumó de ellas, que todo se secó.

Suspira, además, "infame turba de nocturnas aves". 

ESCRIBIRME I: si alguien pregunta por las instrucciones, díganle que busque en mi interior un cuaderno de tapas azul oscuro.

En “Writing down the bones”, Natalie Goldberg dice que es bueno preguntarnos, de vez en cuando, por qué escribimos.

Empecé a escribir entre los trece y catorce años. Estaba formando mi persona y leer se convirtió en algo muy importante para mí. Comencé a ser consciente de las barbaridades que ocurrían a nuestro alrededor, dolorosamente silenciadas, y no se me ocurrió mejor forma de enseñarle al mundo lo que descubría, que escribiendo. Porque leyendo yo sentía más fuerte, y quería que el resto sintiese más fuerte lo que a mi me preocupaba. Escribí sobre un chaval que recibía una tremenda paliza por llevar una bandera republicana. Escribí sobre el amor entre dos guerrilleros en 1939. Escribí sobre lo difícil que resultaba la vida de un negro en España, por simplemente ser negro.

Más adelante, un dolor desgarrador, que en la vida imaginé que pudiese existir, se apoderó de mi. Y yo no comprendía nada. Y mi mente se nublaba. Todas mis entrañas gritaban de dolor, mis órganos se estremecían y yo no entendía por qué. La escritura entonces me salvó. Escribía sin ser consciente de lo que decía hasta que lo leía. Era como si dentro de mi hubiese una personita pequeña que llevase años esperando ansiosa a que le preguntase. Y vomitaba todo lo que sabía, como si hubiese estado observando el comportamiento de cada célula de mi cuerpo, y entendiese todo que pasaba a su alrededor en cada momento. Yo preguntaba, y ella contestaba a través de mis dedos, en un cuaderno o en una pantalla. Y yo devoraba cada palabra que ella me regalaba. Porque mi dolor parecía entonces compartido y dolía un poco menos. O al menos distinto.

Desde entonces, sin quererlo ni saberlo, mi vida se escribía, a veces en verso y otras en prosa, dentro de mi. Y cada vez que vuelve a invadirme un sentimiento tan fuerte, solo sé llevarlo si me escribo. Si me digo lo que siento mientras formo párrafos o estrofas. Y el dolor adquiere forma y ya no busco un por qué.

¿Que por qué escribo?

Para poder ser.

miércoles, 3 de junio de 2020

A veces hablo más conmigo misma que con mi perra.

Pienso que la clave de todo es no pensar mucho. Pienso que hay momentos del mes en los que estoy muy feliz y otros en los que me cuesta horrores levantarme. Pienso que soy cíclica. Pienso que antes no podía mirarme al espejo y que ahora lo hago. Pienso que me quiero y el malestar tiene ahora otro sentido. Pienso en muchas cosas. Pienso que al rescatarme una vez, ya no creo que nadie más pueda hacerlo. Por eso lidio la batallas sola y en silencio. Pienso en todas las heridas que me hice y en cómo cicatricé. Unas bien y otras mal. Pienso que me gustan las personas que evolucionan. Pienso que vivo por etapas y pienso que las mías son cortas. Pienso que tengo que esforzarme por crecer también. Que no me gusta el egoísmo y sí la empatía.

Pienso que a veces me gusta el silencio, para poder pensar. Y pienso que otras veces no me gusta, porque pienso. Pienso que una misma tiene el poder de hacerse más daño que nadie. Y de curarse.

Pienso en cuánto he vivido en tan poquito tiempo, y en todo el tiempo que me queda por vivir. Porque pienso que hoy quiero vivir. Pienso que esa es una decisión que debe tomar una a solas. Sin escuchar a nada ni nadie.

Pienso en la palabra RESILIENCIA y en cómo empezó a sonar en las mentes de muchas y salir de las bocas de otras tantas. Pienso en el significado que tiene para mi. Y en el significado que tendrá para ellas. Que no lo se.

Pienso en las palabras, en los colores, en los momentos del día y en la luna. Pienso en todo lo que significan para mi. Y pienso que es mio cuando en realidad es de todas. Pienso en todas las conexiones que hay entre la tierra, el mar, el aire con todas las personitas que hoy caminan en este planeta. Y pienso que debería sentirme egoísta por sentir las mías tan importantes. Aunque me encanta descubrir todas esas conexiones. Pienso que las vistas de la ventana de tu habitación o lugar de trabajo condicionan el orden que formas en tu interior. No se por qué he pensado en orden.

Dichosa la vida,

Un mundo inmensurable,
colosal, desmedido
e ingente
se cierne ante mí.
Si nadie me lo dice,
pienso que acaba de
nacer
en el preciso momento
en el preciso instante
en el que mis ojos
se han abierto.

¿Cómo algo tan bonito puede haber durado tanto?

No camino porque
no quiero tropezar
sobre lo que parece un terreno
copaz de romperse
en mil pedazos que luego,
yo no sepa volver a juntar.

Una suave brisa acaricia mi piel
y baila con los mechones de mi
ajetreado pelo.

Qué digo, qué hago
compartiendo algo tan íntimo.

Quiero paz. Busco la paz porque he conocido la guerra y no me gusta. Muchas dirán que una guerra no lo es si no hay fuego, si no hay balas, si no hay sangre derramada en el campo de batalla. Pero es que muchas no saben que la peor sangre es la que emana sin ser vista, la que no deja que cortes la hemorragia porque no admite plaquetas, no admite presión y mucho menos fibrinógeno. ¿Acaso no es una explosión el dolor que no te deja respirar? ¿acaso no me lleno yo de minas y alambre de espino cada vez que un manto negro se cierne sobre mi? ¿y realmente no son más desgarradores los gritos sordos de un cuerpo matándose a sí mismo por dentro, que los causados por daño ajeno? Lo son. Desde luego que lo son.

Escuché una frase que quedó grabada en mi memoria: "lo peor de ser un enfermo mental, es que la sociedad pretende que actúes como si no lo fueras".

Quiero hablaros de mis balas. Quiero hablaros de mi fuego. Me gustaría hablaros de mi guerra, de cómo puede ocurrir tanto en tan poco tiempo y en tan poco espacio. Pero no lo haré. Hoy no.

Quiero paz y, aún así, se que nunca la tendré.