Quiero gritar. Gritar.
Gritar. Gritar. Aprieto la mandíbula. No soy como ellos. Respiro hondo. No soy
como ellos. Gritar. Ahora aprieto los puños. No soy como ellos. Inspira.
Expira. Ya está.
Llevo bastante tiempo sintiendo estos arrebatos de furia. A
veces quiero dejarlo. Dejarlo todo y gritar. Gritar y pegarle. Sentir mi puño
en su boca. Oh sí, eso sí que me gustaría.
Pero entonces sería como ellos. Y eso no tiene sentido. Enfurecerse con
alguien y hacer las mismas cosas que tanto aborreces. Eso es de tontos, digo
yo.
Al final me calmo. Pero eso ya no me basta. Ya no me conformo
pensando que al día siguiente encontraré a alguien que me entienda, porque sé
que eso es mentira. Mentira y solo mentira. Una pequeña mentira que se hace uno
mismo para sentirse mejor, pero al final acaba doliendo. Y duele mucho. Ya no
me conformo con callar, sonreír, asentir y dar las gracias. Eso ya ha acabado.
Estoy sentado en la acera. Reflexionando, como todos los días
después de ser denegado para un puesto de trabajo. En breves veré a la persona
que ocupará el lugar que me habría encantado ocupar: camarero. Esta persona
normalmente tiene menos experiencia que yo, ya que he servido muchos platos y
copas a lo largo de mi vida. Probablemente no ejercerá el cargo con el mismo
entusiasmo que yo ni atenderá a los clientes con la misma amabilidad. Pero,
como no, siempre es diferente a mí: piel clara.
Siempre acierto, ahí está. Mi contrincante, por así decirlo,
es rubio, ojos verdes y piel clara. A este sí que le vendría bien un poco de
sol.
Sí. Por lo único que no me aceptan en un restaurante es por mi
piel. Negra. Negra es mi piel y negro es mi pelo. Como negro es el carbón y
negro es el cielo estrellado.
He tenido que soportar muchas burlas, gritos, dedos
apuntándome y algún que otro puñetazo. Y sigo sin entender, que por que haya
nacido así, tenga que pasarme esto a mí.
A veces deseo no haber nacido así, no haber salido de aquella
mujer tan humilde y cariñosa, rodeada de otras tres, en aquella casita tan
frágil. Porque esa casa la habría destrozado el lobo feroz al soplar sin ningún
problema. En ese instante me odio mucho. Me odio y me doy asco por querer no
haber nacido. Y todo por culpa de los demás. De su forma de tratarme. De su
forma de olvidarme. En ese momento dejo de pensar. En ese momento empiezo a
llorar. Porque aparte de arrebatos de furia, también tengo de pena y tristeza.
Pena por todas esas personas a las que tanto asco doy. Tristeza por no poder
cumplir mi sueño. Mi sueño y el de mi madre, aquella mujer que tan solo conocí
los primeros años de mi vida.
Ayudar. Ayudar y salvar vidas. Si, medico. Poder salvar la
vida de personas. Negras, blancas y azules si hace falta. Siempre pensábamos en
ello como un sueño inalcanzable, porque para ello sabíamos que teníamos que
viajar a otro país. Pero en el momento en el que murió mi madre, por un cáncer,
creo, decidí cumplir ese sueño. Recorrer el mundo entero si hacía falta.
Estudiar, saber, curar y volver. Volver a mi hogar. Volver a ese lugar tan
extraordinario, lleno de sorpresas y gente amable. Volver a oler esos aromas a
tierra mojada en la orilla del rio y a burro en las casas. Volver para ayudar y
curar. Curar a todas esas personas que como mi madre, maldecidas por la
injusticia, acarrean con un bichito en su interior que mata. Curar a todos esos
niños que al jugar, correr y soñar se raspan sus pieles negras.
Yo tenía catorce años cuando convertí mi sueño en una misión.
Tenía catorce años cuando deje ese ambiente tan caluroso para viajar a otro
país: España. Pasaron años para poder llegar, y otros tantos para ser legal.
Pero lo conseguí. Suerte que Salí a mi madre, testadura a no poder más.
Llegué a España todavía con la idea metida en la cabeza.
Parecía tan fácil. Llegar, estudiar, aprobar, volver. No fue así. Ni lo fue ni
lo es.
Porque como ya he dicho, acabo de dejarme la piel por un
mísero trabajo de camarero. Eso no es lo mismo.
Ser tratado con justicia, respeto y dignidad. Unos de los
muchos derechos que tenemos en la Ley de Extranjería es ese. Sin embargo, eso mismo es lo que
me impide
cumplir mi sueño. Ni la justicia, ni el respeto, ni la dignidad han tenido el
valor de presentarse. Las he buscado, sí, pero no las encuentro. Llego a pensar
que es solo una leyenda.
Bueno, hay gente que nos apoya. Pero esa gente, lo que no sabe
es que sus pensamientos e ideales están manchados por esa capa espesa y
racista. No se nota, pero ahí está. Una pizca. Solo una. Pensarán en lo injusto
que es nuestra vida, sí. Pero nunca moverán un dedo por nosotros. Ellos son
blancos. Nosotros negros. Pensarán en lo mal que nos tratan, sí. Pero ellos
seguirán evitándonos la mirada al salir del supermercado. Ellos son blancos.
Nosotros negros. Pensarán en lo mal que lo pasan nuestros niños sin comer, sí.
Pero lo harán con un gran plato de macarrones con queso, del que tirarán la
mitad. Ellos son blancos. Nosotros negros. Esto es así. Podría seguir, pero no
quiero.
A pesar de todo, voy a seguir luchando. Luchando por ese sueño
tan ansiado y deseado. Luchando por un mundo en el que negros y blancos vivan
sin temor alguno.
Cual pez naranja junto a uno
azul. Cual labrador negro junto a uno blanco. Estos ejemplos son de la naturaleza,
porque no se pueden sacar buenos ejemplos del mundo humano. Hay que sacarlos de
la naturaleza. Seguir su ejemplo. Por algo se llama madre naturaleza: ella es
quien nos enseña, el ejemplo a seguir, la más savia. Por eso vacas, negras,
blancas y marrones, viven juntas, sin importarle el color. Sin importarle el
olor. Cuesta creer que ese animal tan gordo y rechoncho sea más listo que
nosotros. Y no me refiero a la cantidad de electrónica e inventos creados, en
eso las superamos. Me refiero a sus pensamientos e ideales, sin importarles lo
más mínimo lo alta o gorda que sea su compañera.
Cual cielo estrellado. Una fusión de clores blancos y negros.
Porque si no hubiera estrellas, no sería hermoso. Porque si no hubiera fondo
negro, no existiría la noche.
Y ahora estoy con el puño izquierdo levantado. Lado izquierdo.
Lado fuerte. Pidiendo al mundo que cambie, pidiendo a la gente que reflexione.
Pidiendo una oportunidad.