Bajo el plateado manto de la luna vienen a visitarme dos grandes ojos negros. Fijan la vista en mi, que me hayo sin forma física, y por alguna razón que no llego a comprender, se que ya no puedo escapar de ellos.
Me miran y les recibo con un beso en el centro de sus pupilas, me rindo a la fuerza que me atrae e invita, como un imán, a sumergirme en su esencia de azabache.
Surco la corriente que me lleva a lo más profundo de su mirada, y comprendo que no hay otro lugar más que ese en el que debería estar. Me dejó arropar como una niña pequeña en su manto cálido y protector.
Sonrío.
Y de mis ojos brotan lágrimas.
Me despierto, y tengo que mirar el lado derecho de la cama para asegurarme que está vacío. Porque juraría que he sentido que estabas ahí.
Está vacío.
Y no me atrevo a extender el brazo para notar que esa parte de la cama está fría.