Antes de opinar recuerda que tú has venido hasta aqui y que yo no te he invitado.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Memorias de una indignada.


Todavía no me he hecho a la idea. Ella ya no está. Se ha ido, sin dejar rastro. Se ha ido sin siquiera conocer a su futura nieta. Se ha ido. No está.

Ella es mi madre, y murió ayer por cáncer. Odio el cáncer. Lo odio con toda mi alma. Saber que tienes una enfermedad que es imposible de curar. Llegas al hospital un día, por alguna molestia que tengas en algún rincón de tu cuerpo, y tras un sinfín de pruebas, te dicen que tienes cáncer, que te vayas a casa y que te despidas de tus seres queridos. Vas a morir, sí o sí. Odio el cáncer.

Ahora tengo que recoger todas sus cosas, y creo que esto es lo más difícil que he hecho en mucho tiempo. Tener que guardar su ropa en cajas. Sus pantalones negros, su camiseta roja. Esa era su camiseta favorita, porque le gustaba el rojo, decía. Nunca me dijo el por qué, pero creo que ella tampoco lo sabía, simplemente, le gustaba ese color. Toda esta ropa se quedará en estas cajas mucho tiempo, esperando a que alguien las vuelva a abrir, a que alguien se vuelva a poner esa camiseta roja. Desde luego, ese alguien no seré yo. No creo que tenga el suficiente valor como para volver a abrir estas cajas.

Todo su armario está vacío. Su armario, y su habitación. Es hora de decir adiós. Un adiós a todas sus cosas. Un adiós a mi madre. Adiós, mamá.

Yo era su única hija, y su única familia. Mi padre nunca apareció, y nunca le llegué a conocer. Mi madre siempre bromeaba con ello, porque decía que se fue para dejarle a ella sola con el marrón de tener que elegir un nombre, y es que le costó bastante. Pero al final me llamó Valeria. El motivo de mi nombre tampoco lo sé.

Esteban me está ayudando a recoger todo esto. Creo que sin él no podría. Es mi novio, y es lo único que me queda. Le estoy esperando abajo, en la entrada del edificio, a que baje la última caja. Ahí está, moreno, ojos marrones y sonrisa perfecta. Baja con una caja.

-Esto es lo último, y ¡mira lo que he encontrado!- me dice señalando lo que parece ser un libro encima de la caja.

-¿Qué es? Dámelo.

-Estaba en la habitación de tu madre, cógelo. Yo ya me voy con todas estas cajas, mañana nos vemos- se despide sonriendo, mientras que se aleja con la furgoneta y las cosas de mi madre.

No sabía que había libros en casa, qué raro. De todas formas, voy a leerlo, si esto es lo único que me queda de ella.

Página1:

10-Mayo-2011

Soy Olga Méndez, y si escribo un diario, es para nunca olvidarme de lo que soy y de lo que he sido. Y es que ahora, con 17 años, he considerado que ya es el momento de plasmar mi vida en un papel.

Para situarte, quiero aclara que los tiempos que corren ahora no son buenos. Hace ya 2 años que empezó la crisis en la que ahora estamos atrapados… solo espero que dure poco.

15-Mayo-2011

Estamos artos, esta crisis no es nuestra, es SU crisis. Por eso ha nacido el movimiento 15M, en el que todos los indignados, hoy,  nos hemos manifestado en Cibeles.

18-Mayo-2011

Ayer por la noche desalojaron sol. Tras la manifestación quedaron 40 personas en Sol, que decidieron acampar en la plaza para seguir la protesta. Los policías, violentamente, les echaron. Hoy hay concentración.

Dos horas después de empezar la concentración no dejaba de llegar gente a la puerta del Sol. Tras el desalojo de la Acampada Indefinida de Sol, las redes sociales no han dejado de hablar de esta convocatoria por la que ya han pasado durante estas casi tres horas unas 10.000 personas.

En una breve asamblea, los participantes hemos decidido quedarnos en Sol hasta el 22 de mayo, día de las elecciones. Hasta entonces, cada día a las 20h se convoca a una reunión para seguir organizando la protesta. Nuestro objetivo sigue siendo el mismo: permanecer en Sol hasta el 22M y denunciar las contradicciones del sistema capitalista y de la democracia bipartidista.

Queremos una democracia real.

Página2:

13-Junio-2011

No he podido escribir en los días anteriores, ya que estuvimos acampando en Sol hasta ayer mismo. En las elecciones, ganó el PP por mayoría absoluta en casi todos los lugares de España.

Este diario no es de mi madre. Es de su abuela, la “abuelita Olga”

No tenía ni idea. ¿Manifestaciones? ¿La policía no actuó de inmediato? No lo entiendo.  Aquí no hay manifestaciones.

En el año 2040, hace 32 años, el pueblo español intentó revelarse. Fueron pocos los que participaron. Perdieron. Con ellos, se fueron todas las esperanzas. Con ellos, toda la libertad del pueblo español desapareció. Con ellos, las mentes revolucionarias desvanecieron, dando lugar a mentes mansas, dejando que los gobernantes pensasen por ellos, manipulándoles.

Ese fue el último intento de rebelión por parte del pueblo.

Ahora me doy cuenta de ello. Nunca antes había pensado así. Bueno, nunca había pensado ni reflexionado sobre esto.

¿Democracia real? ¿Querían una democracia? En el colegio, habíamos dado la historia de España muy por encima. Sé que hace mucho tiempo hubo una dictadura, donde Francisco Franco, El Caudillo, era su gobernante. Según mis profesores, fue la época de máximo esplendor en España. Cuando murió, todo cambió y España fue una democracia, trayendo consigo en caos y desorden del país. Nos dijeron que hubo una crisis, sí, pero dijeron que fue por culpa de los ciudadanos, que vivieron por encima de sus posibilidades. Así lo puse en el examen y así me lo creí. Por lo visto, no fue así, pero… ¿Por qué? ¿Por qué no me lo contó mi madre? ¿Cómo puedo saber qué es cierto y qué no es cierto?

20-Noviembre-2011

Las elecciones las ha ganado Rajoy. Con mayoría absoluta, el PP gobierna en toda España. Ya nada puede ir peor, estamos perdidos.

Algunos dicen que Zapatero ha sido el peor presidente que ha tenido España, pero es que ahora vamos a tener al que perdió dos veces contra él. No sé qué estamos haciendo.

9-Abril-2012

Rajoy ha empezado bien. Aparte de la reforma laboral, y del aumento indudable de paro, ya quiere recortar 7.000 millones en educación y 3.000 millones en sanidad. Es un país de locos.

Todo el mundo tiene derecho a una buena educación y por supuesto, a una buena sanidad. No lo he contado, pero los inmigrantes que vengan a España sin papeles, no tienen derecho a una tarjeta sanitaria, y por lo tanto, no tienen derecho a la sanidad.

Página3:

Que paguen la crisis sus culpables, son los bancos, y no nosotros, los que han metido la pata. Y son los bancos, y no nosotros, los que tienen que pagar todo esto. Porque mientras que el pueblo español se empobrece, los banqueros y los más ricos se van beneficiando cada vez más. Las clases medias están bajando de categoría. El pueblo se empobrece.

¡¿Elecciones?! ¡¿Educación y sanidad pública?!

Hace solo 61 años España era otra España. Ahora, quién se plantee el poder de El Grande, está muerto. El Grande es el gobernante de España, y está siguiendo los pasos de Franco. Nunca me he planteado cómo ha llegado al poder. Cuando nací, él ya estaba ahí, y durante estos 29 años, ha seguido ahí.

Ahora, la educación es privada, y solo los privilegiados se han podido permitir entrar en un colegio. Yo pude ir, pero porque mi madre se ganó el dinero como pudo. La sanidad, al igual que la educación, es privada. Y las curas de enfermedades como el cáncer, no están a nuestro alcance. Por eso, odio el cáncer.

15-Noviembre-2012

Había perdido el diario, y por eso no he escrito hasta ahora. Ayer fui a la segunda huelga general en este año. La anterior fue el 29 de Marzo. Los antidisturbios cargan cada vez más rápido. España cada vez va peor.

Ya estamos peor que Portugal y Grecia. Nos van a rescatar. En Europa, no, en el mundo entero, nos ven como unos vagos. Esto no me gusta.

En el colegio nombraron esos países solo una vez. No sé siquiera si existen.

Los ciudadanos españoles vivimos en la ciudad de Madrid, limitada por una muralla. No se puede salir, ni entrar.

Ya es tarde, me voy a ir a la cama. Hoy ha sido un día largo y confuso. Al cerrar el libro, se cae un papel en el que hay una dirección y un nombre escrito.

Ha pasado un año desde que busqué la dirección que el papel me indicaba. Desde que encontré esa casa junto a Esteban. Hace un año que empecé a conocer la verdad de todo este engaño. Hace un año, pasé a formar parte de La Resistencia.

Y es que aquella dirección era la del cuartel general de La Resistencia. Mi madre formaba parte de ella. Ya sé por qué le gustaba el rojo. Era signo de revolución.

Vivimos en la ciudad de Madrid amurallada, aislándonos del mundo. Antes llegábamos a pensar que éramos los únicos en este mundo. Y eso es mentira. Tras esas murallas, hay un país abandonado. España abandonada. Más lejos, está Europa, recuperándose de la mayor crisis que ha tenido en la historia. Tras esas murallas, hay civilización, muy distinta a la que vivimos aquí, al otro lado de la muralla.

Los ricos que tanto se aprovecharon de los españoles, ahora viven todos en las Islas Baleares, con su mundo ideal, con su yate y su apartamento a pie de playa. Mientras que nosotros nos pudrimos aquí dentro. Efectivamente, El Grande es un dictador. Nuestro dictador, que a lo largo de los años, ha ido manipulando al pueblo español, privándoles de tener siquiera ideales. Prohibió todos los libros que daban a qué pensar. Prohibió todo el cine que le contradecía. Prohibió nuestros derechos.

Y el pueblo, como tonto, dejó que esto ocurriese. ¿Dónde está ese espíritu revolucionario? Está, escondido, pero está. Somos pocos, pero La Resistencia, resiste.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Lágrimas.



 Quiero gritar. Gritar. Gritar. Aprieto la mandíbula. No soy como ellos. Respiro hondo. No soy como ellos. Gritar. Ahora aprieto los puños. No soy como ellos. Inspira. Espira. Ya está.
Llevo bastante tiempo sintiendo estos arrebatos de furia. A veces quiero dejarlo. Dejarlo todo y gritar. Gritar y pegarle. Sentir mi puño en su boca. Oh sí, eso sí que me gustaría. Pero entonces sería como ellos. Y eso no tiene sentido. Enfurecerse con alguien y hacer las mismas cosas que tanto aborreces. Eso es de tontos, digo yo.
Al final me calmo. Pero eso ya no me basta. Ya no me conformo pensando que al día siguiente encontraré a alguien que me entienda, porque sé que eso es mentira. Mentira y solo mentira. Una pequeña mentira que se hace uno mismo para sentirse mejor, pero al final acaba doliendo. Y duele mucho. Ya no me conformo con callar, sonreír, asentir y dar las gracias. Eso ya se ha acabado.
Estoy sentado en la acera. Reflexionando, como todos los días después de ser denegado para un puesto de trabajo. En breve veré a la persona que ocupará el lugar que me habría encantado ocupar: camarero. Esta persona normalmente tiene menos experiencia que yo, ya que he servido muchos platos y copas a lo largo de mi vida. Probablemente no ejercerá el cargo con el mismo entusiasmo que yo, ni atenderá a los clientes con la misma amabilidad. Pero, como no, siempre es diferente a mí: piel clara.
Siempre acierto, ahí está. Mi contrincante, por así decirlo, es rubio, ojos verdes y piel clara. A este sí que le vendría bien un poco de sol.
Sí. Por lo único que no me aceptan en un restaurante es por mi piel. Negra. Negra es mi piel y negro es mi pelo. Como negro es el carbón y negro es el cielo estrellado.
He tenido que soportar muchas burlas, gritos, dedos apuntándome y algún que otro puñetazo. Y sigo sin entender, que porque haya nacido así, tenga que pasarme esto a mí.
A veces deseo no haber nacido así, no haber salido de aquella mujer tan humilde y cariñosa, rodeada de otras tres, en aquella casita tan frágil. En ese instante me odio mucho. Me odio y me doy asco por querer no haber nacido. Y todo por culpa de los demás. De su forma de tratarme. De su forma de olvidarme. En ese momento dejo de pensar. En ese momento empiezo a llorar. Porque aparte de arrebatos de furia, también los tengo de pena y tristeza. Pena por todas esas personas a las que tanto asco doy. Tristeza por no poder cumplir mi sueño. Mi sueño y el de mi madre, aquella mujer que tan solo conocí los primeros años de mi vida.
Ayudar. Ayudar y salvar vidas. Si, médico. Poder salvar la vida de personas. Negras, blancas y azules si hace falta. Siempre pensábamos en ello como un sueño inalcanzable, porque para ello sabíamos que teníamos que viajar a otro país. Pero en el momento en el que murió mi madre, por dengue, creo, un virus, en aquel momento, sin dudas, sin peros, decidí que cumpliría ese sueño. Recorrería el mundo entero si hacía falta. Estudiar, aprender, curar y volver. Volver a mi hogar. Volver a ese lugar tan extraordinario, lleno de sorpresas y de gente amable. Volver a oler esos aromas a tierra mojada en la orilla del río y a burro en las casas. Volver para ayudar y curar. Curar a todas esas personas que como mi madre, maldecidas por la injusticia, acarrean con un bichito en su interior que mata. Curar a todos esos niños que al jugar, correr y soñar se raspan sus pieles negras.
Yo tenía catorce años cuando convertí mi sueño en una misión. Tenía catorce años cuando deje ese ambiente tan caluroso para viajar a otro país: España. Aquel día dejé atrás a mi familia, a mis amigos y conocidos. Aquel día dejé atrás la infancia. Aquel día empecé a convertirme en el hombre que soy.
El primer paso sería viajar a España. España. A tan solo unas horas para un turista.
Pasaron años para poder llegar, y otros tantos para ser legal. Pero lo conseguí. Suerte que salí a mi madre, testadura a no poder más.
Llegué a España todavía con la idea metida en la cabeza. Parecía tan fácil. Llegar, estudiar, aprobar, volver. No fue así. Ni lo fue ni lo es.
Por que como ya he dicho antes, estoy luchando por un simple trabajo de camarero y estoy perdiendo.
Y ser camarero no es lo mismo que ser médico.
A veces me quedo sumido en mis pensamientos. En mis sueños. Me dejo llevar, como un niño pequeño tras una piruleta de colores. Me dejo llevar. Me dejo engañar, y por un momento creo que es verdad, que mis sueños son reales. Que mis sueños se han cumplido. Me dejo llevar y cierro los ojos, saboreando ese exquisito sabor a victoria. Victoria inventada. Victoria por ser un medico de verdad. Una persona que puede salvar vidas.
Ya es hora de irse a casa.
Me acuesto en la cama tras un día agotador, un día igual al anterior. Otro día de fracaso, perdido, tirado a la basura.
Amanece. Un día nuevo. Un día más. Pero como tantos otros, pienso que hoy será el día. Tengo la sensación de que este día no va a ser como todos. La rutina va a cambiar, tengo ese presentimiento. Y en efecto, esta tarde, después de comer, recibo la llamada. El Hospital Clínico de Madrid necesita con urgencia cubrir un puesto de médico interino que ha quedado vacante.
No sé si gritar, llorar o saltar de felicidad. Por fin, mi sueño se va a cumplir. Por fin, el sueño de mi madre se va a cumplir. Por fin, nuestro sueño se va a cumplir.
Ya han pasado dos meses. Dos meses tras esa ansiada llamada. Dos meses compensando la larga espera. Dos meses llenos de trabajo, llenos de sueños cumplidos, llenos de medicina.
Ahora llevo bata blanca y un cartelito a mi izquierda en el que pone mi nombre. Ahora parezco verdaderamente un médico.
Todo ha estado tranquilo, ha marchado bien, ningún problema. Pero esas épocas de tranquilidad tienen que acabar en algún momento, y es que acaba de llegar una paciente nueva al hospital. Mi paciente. Su nombre es Susana.
La niña está enferma. Está enferma pero no se sabe de qué. Tiene fiebre, le duele el cuerpo... y yo voy a averiguar qué es lo que le pasa. Normalmente no es nada, tras unos análisis se puede comprobar que es por estrés, mala alimentación o cansancio.
En el caso de Susana, no es así.
Tras los análisis, he podido comprobar lo que le pasa: Susana tiene leucemia.
Esta es la parte más difícil, tener que comunicárselo a los pacientes. Tener que decir a una madre que su hija está enferma, que su hija tiene una enfermedad ya avanzada, difícil de curar. Que su hija, de 6 años, va a tener que luchar fuertemente por aferrarse a su joven vida.
Tiene leucemia mielógena crónica (LMC), un cáncer que comienza dentro de la médula ósea, el tejido blando en el interior de los huesos que ayuda a formar las células sanguíneas. Normalmente, si la enfermedad se coge a tiempo, se puede tratar. Pero Susana lleva ya tiempo con leucemia.
  Lágrimas. Ahora llega el turno de las lágrimas. Lágrimas de la madre, que acompasan con las de su hija. Yahí estoy yo, de pie frente a dos personas que no paran de llorar. Observo la cara de la madre, con el rímel de los ojos corrido, mirando a su hija con tristeza, sin ganas de nada. La niña llora de ver a su madre llorar. No sabe lo que está pasando, en sus ojos se puede apreciar un gran mar de dudas. No sabe por lo que va a tener que pasar, y tampoco sabe que en su frágil cuerpo, una enfermedad arrasa sin parar, como unos guerreros corriendo en el campo de batalla en pos de sus contrincantes. Tengo que parar todo esto. Me siento al lado de la niña, y ella me mira con cara interrogativa mientras se seca las lágrimas. Miro sus inocentes ojos, inspirándola tranquilidad. La cojo de la mano y le explico el por qué de la tristeza de su madre. Le digo que no se preocupe, que yo no me hice médico para intentar salvar la vida de mis pacientes. Me hice médico para salvarles la vida, tenga lo que tenga que hacer. Pase lo que tenga que pasar.
Susana ahora está más tranquila, y su madre también. Ahora soy yo el que tiene un nudo en la garganta. Salgo de la habitación con una sonrisa tranquilizadora, pero forzada. No puedo hablar, necesito sentarme. Pienso en ambas, madre e hija. Viuda y huérfana. Tengo que ayudarlas, hacer todo lo que tenga en mis manos, mi vida si hace falta. Porque elegir ser medico conlleva una gran responsabilidad, y es que ahora, en este preciso instante, la vida de una niña de 6 años está en mis manos. Me propongo ayudar a Susana y a su madre hasta que todo acabe, y que la niña salga del hospital sana y salva. Porque la pequeña va a salir andando de este hospital. Sí o sí.
Dos años. Dos años han tenido que pasar para poder ver cómo Susana sale de este hospital por sus medios. Sin ayudas. Sin esfuerzo alguno. Y dos besos son los que me ha dado la pequeña al despedirse, son los que han marcado nuestra despedida, han trazado una línea. La línea del antes y del después. Una línea, que probablemente yo no haya podido cruzar. Yo estoy en ‘el antes’ y no en ‘el después’. Veo cómo se alejan, madre e hija, cogidas de la mano. Probablemente ya no las vuelva a ver, y por eso una lágrima se asoma por mi ojo derecho. Una lágrima de felicidad. Felicidad por saber que se alejan del hospital, al cual espero que no regresen en mucho tiempo.
Susana no es negra, ni blanca, ni azul. Tan solo es una niña.
La ciencia no entiende de colores de piel, de injusticias, de penas, de lágrimas. La ciencia solo entiende de esperanza para un futuro mejor.
Abro los ojos. Me encuentro en la acera, en frente del restaurante que hace unas horas me ha denegado el puesto vacante de camarero. Me he quedado dormido, todo ha sido un sueño. Era demasiado perfecto para ser real.
 A mi alrededor Madrid despierta, ya es un nuevo día. Un día lleno de esperanza y posibilidades. Un día brillante.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Como...



Como un final sin principio. Como un cohete sin espacio. Como un barco velero al que no golpea la brisa. Como Peter pan sin garfio. Como una Margarita sin pétalos. Como un pájaro sin alas. Como una primavera a la que no llega un verano. Como un rostro sin nombre. Como un payaso que ha perdido su sonrisa. Como un príncipe azul que no encuentra a su princesa. Como escribir mil versos que no lleguen a tus manos....
Como un mundo donde tu no estés. Como si ya nada valiera la pena...

Resistiré.



El Gran Wyoming.

Cuando pierda todas las ayudas
cuando no me quede solución
cuando te jubiles de becario
o parado de la construcción.

Cuando te despidan con un beso
en lugar de la indemnización,
cuando al matrimonio entre los gays
llamen matrimonio maricón.

Resistiré aunque me quiten todo,
Aguantaré los años de gobierno del PP
que el telediario de la 1 sea el NO-DO
y que el que mande en mi destino sea de la CEOE.
Resistiré para seguir viviendo
soportare los años de gobierno del PP
aunque el recorte se transforme en un deporte
Resistiré, resistiré.

Cuando no haya ley de dependencia
y paguemos por la educación,
cuando el hospital sea de copago
y te cobren por la transfusión.

Cuando el Gran Hermano sea Mariano
y el superviviente sea yo,
cuando le debamos todo al banco
y aun así nos pidan comisión.

Resistiré otra legislatura
aguantaré los años de gobierno del PP,
a ver que hacen sin poder echar la culpa
de todas las cosas chungas del país a ZP.

Resistiré jodido pero bueno,
soportare los años de gobierno del PP,
solo por ver como nos sacan de la crisis:
Resistiré, resistiré.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Bésame.


1942. 20 de septiembre. Un joven de 20 años camina cansado por un sendero. Parece perdido, cojea, camina sin rumbo. Prefiere no mirar atrás. Se esfuerza por no hacerlo. Si gira la cabeza, sus ojos verán lo que más teme, una joven con ojos cálidos y entonces, no podrá seguir. Mejor caminar hacia delante, sin mirar atrás.

   Una gota resbala por su mejilla y se cuela por la comisura de sus labios. Alberto no se había dado cuenta de que lloraba. Intentaba no pensar en nada, mantener sus pensamientos alejados de todo aquello, dejar su mente en blanco, y no recordar el motivo de sus lágrimas. Pero en el momento que esa lágrima ha tocado sus labios, ha podido saborear el dolor que siente. En el momento que esa lágrima ha tocado sus labios, se ha acordado de todo. Todo el esfuerzo que tenía concentrado en envolver, con una capa negra sus recuerdos, ha sido en vano.

   Ahora ya no puede pensar en nada más. No puede más. Sus rodillas tiemblan, se cae. Pero sigue pensando en todo lo sucedido. Recuerda y llora.

   Se acuerda del momento en que la miró a los ojos, fueron dos segundos, dos intensos segundos. En ese momento, estalló algo inexplicable en su interior, algo que no cambiaría por nada en el mundo. Algo en lo que ahora piensa. Alberto sonríe, sonríe al pensar en ello, sonríe al pensar en su historia, la historia de ambos. La historia de Mercedes y Alberto.

   1940. Alberto era un joven de 18 años, cuando decidió formar parte de la guerrilla, ser un guerrillero. Hace dos años, Alberto pasó a ser un camarada de la república.

   Cuando era más joven, su tío vivía en casa con su familia. Había días que llegaba corriendo y se escondía en su habitación. Otros días, ni siquiera llegaba. En aquella época, por la calle solo se oían gritos y sollozos, si no, silencio. Cada vez que daban la alarma, bajaban corriendo a esconderse al sótano del edificio. Armando, el tío de Alberto, pocas veces bajaba. Estaba harto de tener que subir y bajar todo el rato. Harto.

   En el sótano se reunían las tres ancianitas del segundo B, siempre con comida de sobra, por si acaso entraba el apetito. Cocinaban ellas. Cuando empezó la guerra bajaban un par de platos cada una, pero cada vez que se iba poniendo peor, empezaban a bajar solo un plato para las tres. Al final, ni bajaban comida. También bajaban los Fernández, una familia que vivía en el tercer piso. Felipe, el padre, era comunista, se llevaba muy bien con Armando. Él tampoco bajaba mucho al sótano, pero un día, ya casi acabada la guerra, la policía irrumpió en su casa y le arrestaron. Suerte que su esposa y sus tres hijos no estaban en casa. Cuando volvieron, Armando se quedó al cargo de ellos. Felipe lo habría querido, dijo. En el cuarto piso vivía la familia de Alberto.

     En esos días de guerra, poco podía hacer Alberto. Ayudaba en la tienda de pasteles de su madre, Jacinta, pero al poco tiempo se la cerraron, así que se pasaba el día en casa. Se conocía todos los escondites de aquel viejo piso. Un día, encontró unos papeles tricolores bajo la madera del suelo de armando. Armando se enfadó. Se enfadó muchísimo. Al mes, le explicó a su sobrino qué era y por qué lo tenía. Desde entonces Alberto se interesó por el tema y siempre quiso ayudar. Pero era tan joven que no se metió en la guerrilla. Fue el 1 de abril de 1939 cuando se anunció el fin de la guerra y Franco, el caudillo, salió victorioso. Fue el 1 de abril de 1939 cuando Armando hizo las maletas y se fue. En ese momento Alberto supo que no podía seguirle.

   Su padre había muerto antes de empezar la guerra. Murió contento.  Él era republicano, al igual que su hermano. Murió en 1933, en plena república. Murió contento pensando que su familia quedaba a salvo en la ciudad de Madrid. Fue entonces cuando Armando se mudó con la familia de su hermano. Ahora le tocaba a Alberto cuidar de Jacinta y violeta, su hermana de seis años.

   1940. Armando volvió a su antigua casa, más vieja aun, con Alberto. Me quedaré solo tres días, dijo. Se quedó dos. Pero durante su visita alguien fue a visitarle, una amiga, una camarada.

   - ¿Qué haces aquí?, es peligroso.- eso fue lo que dijo Armando al verla.

   - No vendría si no fuese importante. Necesitamos ayuda, Armando. Alguien de confianza. Sé que conoces a más gente. Lo necesitamos.

   - Mercedes, ahora tienes que marcharte. Hablamos mañana.

   Alberto lo escuchó todo, palabra por palabra. Ellos estaban en el recibidor, y al salir, Mercedes abrió la puerta para irse y giró la cabeza.

   En ese momento sus miradas se cruzaron.

   En ese momento Alberto supo que la iba a querer para siempre.

   En ese momento Alberto supo que él, era el camarada que buscaban.

   Solo quería volver a ver esa mirada, cálida e intensa. Esos ojos marrón oscuro, grandes como la luna y hermosos como un atardecer en Cádiz.

   Fue en el momento en que Mercedes cerró la puerta tras de sí cuando Alberto volvió a la realidad, pero decidido a alistarse en la guerrilla. Dejó a su madre y a su hermanita, pero no era consciente de lo que hacía, solo quería volver a sentir esa intensa sensación en su interior. Ese pum-pum de su corazón. Ese ardor en el pecho.

  Al día siguiente Armando y Alberto caminaban hacia la estación de Callao a coger un metro a Príncipe-Pio, luego cogerían un tren a la sierra.

   Ya en las montañas, escondidos junto a más camaradas, se encontraron con Mercedes.

  Mercedes era una joven de 19 años. Llevaba en la guerrilla desde muy niña. Era una chica delgada, a simple vista frágil como el cristal, con unos cabellos brillantes como el sol, recogidos en una coleta alta. Caminaba recta y con paso firme, y movimientos decididos. Era una chica fuerte. Una buena camarada.

   Alberto no tenía habla, no sabía que decir, solo sabía que quería estar cerca de ella. Armando se debió percatar de lo mucho que la miraba, porque enseguida les presento. Dos besos. Dos besos fueron suficiente para que Mercedes sintiera lo mismo. Se ruborizó y sonrió. La piel de la muchacha era suave, tan suave que a Alberto le dio miedo lastimarla con su barba de tres días.

   El ‘’chaqueta negra’’ estaba allí. No le habían arrestado. Por eso la gente estaba contenta. Alberto tenía entendido que era un buen camarada, uno de los mejores. No tuvo la ocasión de hablar con él, pero le habría encantado. Esa noche, por algún motivo, posiblemente por la llegada del ‘’chaqueta negra’’, cenaron todos juntos para celebrarlo. Al acabar la cena algunos se quedaron hablando, otros, como Mercedes, fueron hacia sus tiendas. Alberto no paró de mirarla en toda la noche, y en cuanto ella se levantó, noto un vacío en su interior, quería calmarlo a toda costa, así que, impulsado por su ansia de estar con ella, también se levantó.

  Mercedes había estado ausente mentalmente en toda la cena, pensaba en Alberto. En la extraña sensación que sentía al mirarle. En lo nerviosa que se ponía.

   En el momento en que se levantó, deseo regresar y sentarse junto al joven, pero no lo hizo. Entonces vio como él  fue hacia ella.

 - Perdona, te has dejado esto en el banco.- dijo Alberto, con una chaqueta en la mano.

 - Si, gracias.

 - No hay de que.- sonrió. Ella le devolvió la sonrisa.

   Estuvieron días hablando, cortados, pero hablando. De momento estaban a gusto. Pero después de una semana les dijeron que a la mañana siguiente Mercedes se tendría que separar, ya no estaban seguros. Y Mercedes era una guerrillera importante, sería mejor trasladarla a Francia.

   Esa noche ninguno durmió. Alberto no podía aguantar más. Se levantó y fue hacia la cabaña de mercedes. No estaba. No puede ser, pensó. Se había ido sin despedirse. Su dolor cesó al verla en el rio cogiendo agua.

  - Mercedes, ¿qué haces despierta?

  - No puedo dormir. No quiero irme.

  - Prométeme que lo harás. Prométeme que llegarás a Francia y estarás a salvo.

  - ¿De verdad quieres que me valla?

  - No, pero quiero que estés a salvo.

   Silencio. Se quedaron mirándose a los ojos. En ese momento todas esas palabras encerradas al vacío reventaron al fin. Fue una simple palabra la que lo cambió todo. Fue una simple palabra la que les unió aún más. Y esa palabra la pronunció Mercedes. Bésame, fue lo que dijo. Alberto la obedeció sin dudarlo. Se acercó despacio a su cuerpo, mirándola a los ojos. Se acercó despacio mientras le apartaba el cabello brillante de su rostro. Se acercó despacio, poco a poco, hasta que sus labios se rozaron. En ese momento no pensaban en otra cosa más que en sus labios, en aquel momento, en aquel beso. Todo su cuerpo, todos sus pensamientos, toda esa tensión y euforia de aquella semana intensa, se estaba fundiendo en ese beso. Fue cálido. Cálido como los ojos de Mercedes. Cálido como el pecho de Alberto.

  Se rodeaban con los brazos, no pensaron en la guerra, no pensaron en las muertes, no pensaron en Francia. No pensaron en nada.

   Mercedes se fue esa misma mañana. Mientras que ella, acompañada por dos camaradas, caminaba por los senderos de Galapagar, pensaba en el beso.

   Alberto, a treinta kilómetros de distancia, pensaba en el mismo beso. Se tocaba los labios con la yema de los dedos y todavía podía sentir a Mercedes en ellos, las lágrimas de la joven en sus mejillas. La palabra que tanto tiempo esperó. Bésame. Y la besó.

  Esa tarde ya no aguantaba más. Armando le calmaba, diciéndole que todo iría bien, que Mercedes llegaría a Francia sana y salvo. Pero la angustia no cesaba.

  Aguantó tres meses así. Necesitaba saber algo de Mercedes. Descubrió que había podido cruzar la frontera de Francia andando por los pirineos. Se  enteró de la dirección del piso en el que vivía, y acto seguido se puso a escribir una carta para su amada.

   Mercedes había tenido alguna complicación el llegar a Francia, pero llegó. Se instaló en un pueblo al sur de Francia llamado Toulouse, en una pequeña casita. Para pasar la frontera, tuvo que cambiar de papeles y nombre. Ahora se llamaba Silvia. Los dos compañeros que le acompañaban por Galapagar, seguían con ella.

   A los tres meses y medio de aquel beso tan recordado y ansiado, Silvia recibió una carta. Una carta de Alberto. En ella, Alberto le llamaba Silvia. Ella no sabía cómo, pero Alberto averiguó su nombre y su dirección. En el papel, el joven contaba que las cosas iban mejor, que estaba deseando verla. Decía que no había ni una noche en que no pensase en ella. Decía que la vería pronto, que la vería cuando llegase la tercera república. Decía que cada noche miraba a la estrella más brillante del cielo, y esperaba que ella estuviese haciendo lo mismo, porque en aquel momento, el cielo, esa estrella, era lo único que compartían. Todo estaba escrito de una manera extraña, cifrada, pero Silvia lo entendió perfectamente. Estaba llorando. Lloraba de felicidad, por saber que Alberto estaba vivo. Lloraba por saber que aun la quería, que habían pasado tres meses y medio y aun así pensaba en ella cada día. Cada noche. Ella también le quería.

   A los pocos días de enviar la carta, Alberto y los demás guerrilleros de su escondite, fueron encontrados por un campesino, el cual se lo comunicó a la guardia civil.

   A los pocos días de enviar la carta, Alberto fue arrestado.

   Ahora era él el que lloraba. Armando estaba con él, pero ya no podía comunicarse más con Silvia. La había dejado sola. Sabía que ella le respondería con otra carta cifrada. Lloraba porque sabía que nunca recibiría esa carta. Lloraba porque esa carta se perdería. Daría tumbos por Madrid, sin llegar a su destino. Lloraba porque Silvia pensaría que ya no la quería o que él ya estaba muerto. Lloraba.

   Los días en la cárcel eran muy duros. Trabajaban todos los días y comían una birria. Armando y Alberto se pasaban el día juntos. Hasta que un día llamaron a Armando al juicio y le sentenciaron a muerte. Ya no había esperanzas. Siete disparos. La noche en que murió Armando se oyeron siete disparos.

   Alberto ya no podía más. Quería morir. Quería morir en esa pequeña cárcel de Segovia. Lo único que le mantuvo vivo fue Silvia, fue su beso, su piel, su estrella.

   Silvia respondió con una carta. No recibió otra a cambio. Se pasó un mes sin habla. Preocupada. La alegría llegó cuando le comunicaron que tenía que regresar a España. Ella seguía mirando la estrella más brillante del cielo cada noche, pero ya no la veía tan brillante. Faltaba algo.

  Cuando Silvia llegó a Madrid, buscó por toda la sierra. No encontró nada. Alberto no estaba.

   Ella también fue arrestada. La enviaron a la cárcel de Ventas, en Madrid.

  Allí hizo buenas amigas. Conoció a las que más tarde serían conocidas como ‘las 13 rosas’. Escuchó su canción. Una canción que la animaba a seguir en pie, por que esperaba poder cantarla para Alberto. Esa canción hablaba de la cárcel de Ventas, y algún día se la cantaría. Estaba segura.

    Silvia pensaba en Alberto. Alberto pensaba en Silvia.

  Su sorpresa llegó el 8 de septiembre de 1942, cuando les mandaron a juicio. A los dos. Era el mismo juicio.

   El 8 de septiembre de 1942 sus ojos se volvieron a encontrar. Como el primer día. Sus ojos se volvieron a encontrar como aquel día que Mercedes fue a hablar con Armando. La misma sensación. El mismo revoloteo en su interior. Lloraban. No escucharon el juicio. Solo lloraban. Lloraban y se miraban. Se fundieron en esa cálida mirada. Cálida como los ojos de Silvia. Cálida como el pecho de Alberto. Al salir del juicio pudieron tocarse. Un simple roce. Rozaron sus manos. Alberto volvió a sentir la delicada y suave piel de Silvia. Se llevó la mano a los labios y la beso. Ese beso era para Silvia. Al ver como Alberto besaba su mano, ella también besó la suya.

   Más tarde se enteraron de la sentencia. Les fusilarían el 20 de septiembre de 1942. A los dos la misma noche. A los dos en el mismo lugar. A las mujeres antes, a los hombres después.

   El 20 de septiembre Alberto escuchó los disparos destinados a Mercedes. Todavía brillaba una estrella. La estrella más brillante del cielo. Alberto la miró. Pensó en el primer y único beso que tuvieron. Pensó en la lagrima de Silvia. Pensó en la calidez de sus ojos. Pensó en sus labios. En su palabra. Bésame. Y la besó. Pensó en aquella mirada. Pensó en Mercedes.

   Las mujeres estaban colocadas en una línea, mirando a unos hombres con metralletas en la mano. Lloraban. Silvia contemplaba la estrella en el cielo. Sabía que Alberto la miraba. Ella también pensó en el beso. Pensó en la calidez del pecho del joven. Pensó en la carta que recibió en Francia. Pensó en lo mucho que le quería. Pensó en la intensa sensación que experimentaba al verle. Pensó en la caricia que le hizo antes de besarla. Pensó en Alberto. Y mientras contemplaba la estrella, cantó la canción para Alberto.

‘’Cárcel de Ventas, hotel maravilloso

donde se come y se vive a to confort

donde no hay, ni cama ni reposo

y en los infiernos se está mucho mejor.

hay colas hasta en los retretes

ricó cemento dan por pan

lentejas, único alimento

un plato al día te darán

lujoso baldosín

tenemos por colchón

y al despertar tenemos desecho un riñón.’’

   Cuando llevaron a los hombres para fusilarles, los cuerpos de las mujeres todavía seguían allí, abandonados. Alberto vio a Mercedes y no pudo más. Quiso ir hacia ella. Correr. Cogerla en brazos y cuidarla. Quiso besarla. No pudo, le estaban sujetando. A Alberto ya no le importaba morir. Quería morir. Dispararon.

   Silencio. No se oía nada. Los ojos de Alberto se abrieron. Notaba una presión en su pierna. No le habían herido mortalmente, tan solo le habían alcanzado en la pierna. En unos minutos llegarían para recoger los cuerpos.

   1942. 20 de septiembre. Un joven de 20 años camina por un sendero. Parece perdido, cojea, camina sin rumbo. Prefiere no mirar atrás. Se esfuerza por no hacerlo. Si gira la cabeza, sus ojos verán lo que más teme, una joven con ojos cálidos, y entonces no podrá seguir. Mejor caminar hacia delante, sin mirar atrás.

viernes, 12 de octubre de 2012

Un columpio.


Felicidad. Emoción. Ambición. Ilusión. Desilusión. Vértigo. Deseo.

Un columpio. Esto es lo que causa un columpio. Porque columpiarme es uno de los gustos que ningún ser humano debería dejar.

Y digo felicidad por sentir las tripas moverse en tu interior, haciéndote cosquillitas en el estómago y no poder parar de reír, no poder cerrar tu boca. Querer gritar.

La emoción se debe a saber que estás en el aire, que tus pies no tocan el suelo, que en cualquier momento podrías tocar el cielo, y esa es la ambición, querer tocar el cielo. Las estrellas. Alargas los brazos pero no llegas, entonces te impulsas más y más. Sincronizando tu cuerpo, tus movimientos, para ir a parar en alguna de esas estrellas o nubes en forma de osos.

La ilusión porque sabes que ese momento es tuyo, que nadie te lo puede quitar, solo tú. Ilusionado por montar en ese columpio que desde el primer momento te causa cosquillitas en el estómago. Ilusionado por no poder para de sonreír, mientras que el viento te azota la cara. Ilusión porque en este simple cacharro puedes pensar en todos esos momentos que han pasado, que están pasando y que pasarán. Porque solo hay silencio. Silencio y las nubes con formas sinuosas y estrellas a los lados. Y en ese momento, por muy mayor que seas, por muy pequeño que seas, puedes pensar. Pensar por primera vez por ti mismo. Porque ese momento es solo tuyo. Recordar como tu padre jugaba contigo en ese mismo columpio, y lo visualizas. Visualizas sus risas y las tuyas. La ilusión que da este artefacto.

Desilusión  porque en ese asiento también te vienen imágenes tristes, imágenes que te desilusionan. Entonces viene el vértigo, el vértigo a caer. Caer y no saber qué hacer. Pero miras al cielo y ahí están, las estrellas y las nubes esponjosas, y así viene el deseo, el deseo a conseguir un pedacito para ti solo.

Por esto, es uno de los gustos que jamás dejaré de darme. Unos tienen sus secretos, yo los míos. Y estos son el columpiarme y sumirme en un mundo mágico. Solo mío.

Y esto lo considero como un ejemplo a seguir, para poder sentir todas esas emociones.

Felicidad. Emoción. Ambición. Ilusión. Desilusión. Vértigo. Deseo.

Sentir estas emociones y recordar esos momentos tan divertidos que pasamos juntos.

Para el mejor papá del mundo.

jueves, 11 de octubre de 2012

16B


  Letras. Letras y hojas. Letras, hojas y bolígrafos.

  Doy una breve vista al futuro que me espera. Solo una breve vista porque me da miedo. Tan breve que solo veo letras, hojas y bolígrafos. El dolor de mano al escribir tanto también lo noto.

  Veo letras, muchas letras. Letras formando palabras. Palabras formando frases. Frases formando el temario de lengua, matemáticas o física.

  Por eso veo tantas hojas, porque todas esas letras, esas frases, están reunidas en hojas. Miles y miles de hojas.

  Y como no, necesito bolígrafos para escribir tanto temario. Por esa razón los veo, aunque están gastados, de tanto escribir. Secos de tinta.

  Me atrevo a mirar un poco más. A entreabrir uno de los ojos, cerrados del miedo.

  Ahora veo entusiasmo. Entusiasmo por querer aprender. Querer saber más. Entusiasmo acompañado de avaricia. Avaricia a querer retener toda la información y no soltarla. Quedármela para mí. Para mi sola.

  Una sonrisa. También veo una sonrisa en mis labios. Porque sé que durante el curso esa sonrisa va a aparecer a menudo, muy a menudo. Porque se que este curso viene cargado de sonrisas.

  Veo caras nuevas. Caras de adultos y niños. Caras desconocidas y a la vez conocidas. Porque sé que voy a compartir todos los días de un nuevo curso. Día a día esas caras desconocidas se convertirán en caras conocidas.

  Vuelvo a cerrar los ojos. Sigo teniendo miedo, aunque menos.

  Pienso en las letras, hojas y bolígrafos. Pienso en toda esa información que rebosará mi cerebro.

  El miedo se va escondiendo poco a poco.

  Pienso en el entusiasmo y en la avaricia. En esa sonrisa de mi boca.

  Ya casi no veo el miedo.

  Revivo las imágenes de caras desconocidas, y a la vez conocidas.

  Mis ojos se abren. Ya no tengo miedo. Mis ojos arden de curiosidad. Curiosidad por vivir este nuevo curso. Mis ojos se abren.

martes, 9 de octubre de 2012

Cielo estrellado.



Quiero gritar.  Gritar. Gritar. Gritar. Aprieto la mandíbula. No soy como ellos. Respiro hondo. No soy como ellos. Gritar. Ahora aprieto los puños. No soy como ellos. Inspira. Expira. Ya está.

Llevo bastante tiempo sintiendo estos arrebatos de furia. A veces quiero dejarlo. Dejarlo todo y gritar. Gritar y pegarle. Sentir mi puño en su boca. Oh sí, eso sí que me gustaría.  Pero entonces sería como ellos. Y eso no tiene sentido. Enfurecerse con alguien y hacer las mismas cosas que tanto aborreces. Eso es de tontos, digo yo.

Al final me calmo. Pero eso ya no me basta. Ya no me conformo pensando que al día siguiente encontraré a alguien que me entienda, porque sé que eso es mentira. Mentira y solo mentira. Una pequeña mentira que se hace uno mismo para sentirse mejor, pero al final acaba doliendo. Y duele mucho. Ya no me conformo con callar, sonreír, asentir y dar las gracias. Eso ya ha acabado.

Estoy sentado en la acera. Reflexionando, como todos los días después de ser denegado para un puesto de trabajo. En breves veré a la persona que ocupará el lugar que me habría encantado ocupar: camarero. Esta persona normalmente tiene menos experiencia que yo, ya que he servido muchos platos y copas a lo largo de mi vida. Probablemente no ejercerá el cargo con el mismo entusiasmo que yo ni atenderá a los clientes con la misma amabilidad. Pero, como no, siempre es diferente a mí: piel clara.

Siempre acierto, ahí está. Mi contrincante, por así decirlo, es rubio, ojos verdes y piel clara. A este sí que le vendría bien un poco de sol.

Sí. Por lo único que no me aceptan en un restaurante es por mi piel. Negra. Negra es mi piel y negro es mi pelo. Como negro es el carbón y negro es el cielo estrellado.

He tenido que soportar muchas burlas, gritos, dedos apuntándome y algún que otro puñetazo. Y sigo sin entender, que por que haya nacido así, tenga que pasarme esto a mí.

A veces deseo no haber nacido así, no haber salido de aquella mujer tan humilde y cariñosa, rodeada de otras tres, en aquella casita tan frágil. Porque esa casa la habría destrozado el lobo feroz al soplar sin ningún problema. En ese instante me odio mucho. Me odio y me doy asco por querer no haber nacido. Y todo por culpa de los demás. De su forma de tratarme. De su forma de olvidarme. En ese momento dejo de pensar. En ese momento empiezo a llorar. Porque aparte de arrebatos de furia, también tengo de pena y tristeza. Pena por todas esas personas a las que tanto asco doy. Tristeza por no poder cumplir mi sueño. Mi sueño y el de mi madre, aquella mujer que tan solo conocí los primeros años de mi vida.

Ayudar. Ayudar y salvar vidas. Si, medico. Poder salvar la vida de personas. Negras, blancas y azules si hace falta. Siempre pensábamos en ello como un sueño inalcanzable, porque para ello sabíamos que teníamos que viajar a otro país. Pero en el momento en el que murió mi madre, por un cáncer, creo, decidí cumplir ese sueño. Recorrer el mundo entero si hacía falta. Estudiar, saber, curar y volver. Volver a mi hogar. Volver a ese lugar tan extraordinario, lleno de sorpresas y gente amable. Volver a oler esos aromas a tierra mojada en la orilla del rio y a burro en las casas. Volver para ayudar y curar. Curar a todas esas personas que como mi madre, maldecidas por la injusticia, acarrean con un bichito en su interior que mata. Curar a todos esos niños que al jugar, correr y soñar se raspan sus pieles negras.

Yo tenía catorce años cuando convertí mi sueño en una misión. Tenía catorce años cuando deje ese ambiente tan caluroso para viajar a otro país: España. Pasaron años para poder llegar, y otros tantos para ser legal. Pero lo conseguí. Suerte que Salí a mi madre, testadura a no poder más.

Llegué a España todavía con la idea metida en la cabeza. Parecía tan fácil. Llegar, estudiar, aprobar, volver. No fue así. Ni lo fue ni lo es.

Porque como ya he dicho, acabo de dejarme la piel por un mísero trabajo de camarero. Eso no es lo mismo.

Ser tratado con justicia, respeto y dignidad. Unos de los muchos derechos que tenemos en la Ley de Extranjería es ese. Sin embargo, eso mismo es lo que me impide cumplir mi sueño. Ni la justicia, ni el respeto, ni la dignidad han tenido el valor de presentarse. Las he buscado, sí, pero no las encuentro. Llego a pensar que es solo una leyenda.

Bueno, hay gente que nos apoya. Pero esa gente, lo que no sabe es que sus pensamientos e ideales están manchados por esa capa espesa y racista. No se nota, pero ahí está. Una pizca. Solo una. Pensarán en lo injusto que es nuestra vida, sí. Pero nunca moverán un dedo por nosotros. Ellos son blancos. Nosotros negros. Pensarán en lo mal que nos tratan, sí. Pero ellos seguirán evitándonos la mirada al salir del supermercado. Ellos son blancos. Nosotros negros. Pensarán en lo mal que lo pasan nuestros niños sin comer, sí. Pero lo harán con un gran plato de macarrones con queso, del que tirarán la mitad. Ellos son blancos. Nosotros negros. Esto es así. Podría seguir, pero no quiero.

A pesar de todo, voy a seguir luchando. Luchando por ese sueño tan ansiado y deseado. Luchando por un mundo en el que negros y blancos vivan sin temor alguno.

Cual pez naranja junto a uno azul. Cual labrador negro junto a uno blanco. Estos ejemplos son de la naturaleza, porque no se pueden sacar buenos ejemplos del mundo humano. Hay que sacarlos de la naturaleza. Seguir su ejemplo. Por algo se llama madre naturaleza: ella es quien nos enseña, el ejemplo a seguir, la más savia. Por eso vacas, negras, blancas y marrones, viven juntas, sin importarle el color. Sin importarle el olor. Cuesta creer que ese animal tan gordo y rechoncho sea más listo que nosotros. Y no me refiero a la cantidad de electrónica e inventos creados, en eso las superamos. Me refiero a sus pensamientos e ideales, sin importarles lo más mínimo lo alta o gorda que sea su compañera.

Cual cielo estrellado. Una fusión de clores blancos y negros. Porque si no hubiera estrellas, no sería hermoso. Porque si no hubiera fondo negro, no existiría la noche.

Y ahora estoy con el puño izquierdo levantado. Lado izquierdo. Lado fuerte. Pidiendo al mundo que cambie, pidiendo a la gente que reflexione. Pidiendo una oportunidad.

¿Y si es así?





  ¿Sera todo esto un sueño? ¿Seremos víctimas de un sueño interminable, que no se acaba? Todo lo que tengo a mi alrededor, ¿será fruto de una imaginación brillante? ¿Brillante? ¿no será esto una pesadilla y en lugar de ser una imaginación brillante es una imaginación sucia y estropeada? No lo sé. Pero si es cierto, me alegro; esta alegría es un trocito de mi sentimiento egoísta, porque no me alegro por la asombrosa mente que lleva tanto tiempo sin despertar, no, me alegro por mí. Me alegro por que esto significaría que no soy víctima de un engaño por parte de políticos y banquieros. Yo creo que es eso es un juego de la mente dormilona, de nuestro creador. En los juegos de muñecos, como nuestro mundo, siempre hay malos y buenos. Creo que se quién es quién. Creo que yo sería de los buenos y los malos no serían los niños que siempre nos quitaban nuestro almuerzo, serían todos los chorizos que hay en este indudable sueño, serias las personas que se creen que nos engañan, haciéndonos pasar hambre, haciendo que paguen su crisis los buenos, pues ellos son los culpables.

  Y digo yo, ¿en los juegos no acaban ganando los buenos? Entonces… ¿yo no soy la única que me he dado cuenta de este caos creado por una mente muy, muy retorcida? Creo que no.
  Creo que los personajes buenos de este sueño cada vez se están dando más cuenta de lo que ocurre, de lo engañados que estábamos, de que hay que actuar pronto, antes de que nuestro creador se despierte, antes de que abra los ojos y vuelva a su feliz vida, y ganar a los malos. Porque Garfio no se queda con el tesoro, es Peter Pan, que se dio cuenta ya hace mucho, que el tesoro no es para los malos, es para los buenos.