Letras. Letras y hojas. Letras, hojas y
bolígrafos.
Doy una breve vista al futuro que me espera.
Solo una breve vista porque me da miedo. Tan breve que solo veo letras, hojas y
bolígrafos. El dolor de mano al escribir tanto también lo noto.
Veo letras, muchas letras. Letras formando
palabras. Palabras formando frases. Frases formando el temario de lengua,
matemáticas o física.
Por eso veo tantas hojas, porque todas esas
letras, esas frases, están reunidas en hojas. Miles y miles de hojas.
Y como no, necesito bolígrafos para escribir
tanto temario. Por esa razón los veo, aunque están gastados, de tanto escribir.
Secos de tinta.
Me atrevo a mirar un poco más. A entreabrir
uno de los ojos, cerrados del miedo.
Ahora veo entusiasmo. Entusiasmo por querer
aprender. Querer saber más. Entusiasmo acompañado de avaricia. Avaricia a
querer retener toda la información y no soltarla. Quedármela para mí. Para mi
sola.
Una sonrisa. También veo una sonrisa en mis
labios. Porque sé que durante el curso esa sonrisa va a aparecer a menudo, muy
a menudo. Porque se que este curso viene cargado de sonrisas.
Veo caras nuevas. Caras de adultos y niños.
Caras desconocidas y a la vez conocidas. Porque sé que voy a compartir todos
los días de un nuevo curso. Día a día esas caras desconocidas se convertirán en
caras conocidas.
Vuelvo a cerrar los ojos. Sigo teniendo
miedo, aunque menos.
Pienso en las letras, hojas y bolígrafos.
Pienso en toda esa información que rebosará mi cerebro.
El miedo se va escondiendo poco a poco.
Pienso en el entusiasmo y en la avaricia. En
esa sonrisa de mi boca.
Ya casi no veo el miedo.
Revivo las imágenes de caras desconocidas, y
a la vez conocidas.
Mis ojos se abren. Ya no tengo miedo. Mis
ojos arden de curiosidad. Curiosidad por vivir este nuevo curso. Mis ojos se
abren.
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