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viernes, 13 de junio de 2014

Escarbando encontré...

 Un laberinto con tres mil esquinas y cinco puertas. Luego también diez trampillas con escaleras de unos veintidós escalones de madera. Y chirrían. Furia se alza imponente galopando sobre el viento, gruñendo más que nunca y haciendo honores a la amazona. Nubes oscuras que chillan de rabia carrasposas por unos pulmones agotados. Sus venas se notan cuando se retuercen de dolor, brillan y un relámpago no tiene nada que hacer frente a ello. Lo que cae tampoco son lágrimas. Es sudor de su esfuerzo que se arroja pesado y con prisas. Cada gota haciendo la carrera de su vida por llegar al suelo. Ellas también sudan. Algunos ingenuos a lo lejos dirían que es tormenta. Ingenuos, repito.
 ¿Un consejo? No tropieces. El suelo es duro, pero camina con cuidado, tus tobillos flaquean sobre él, y si te caes es tan pegajoso que cuesta horrores y muecas levantarse. A los lados plantas y árboles que si te descuidas puedes acabar seducido por su aroma. Aún siendo sus abrazos como latigazos en plena Roma, engañado besas sus pies. Y veneno puro acaba recorriendo tu saliva.
 A tu alrededor, ceniza inmersa en humo, el cual te acaricia provocando que bajes la guardia.
 ¿Otro consejo? Mantén los ojos abiertos. Aves surcan los cielos rodeando tu trayectoria. Saben lo que piensas. Lo que eres. Y por eso están ahí. Actúa como ellas o acabarás creyendo que sobre tu cabeza hay tormenta y que el suelo está manchado. Porque no debes dejar que tanto alarde de oscura neblina te alarme o te ciegue. Para unos será así, pero para pocos debe ser hogar y cobijo. Esas nubes tienen truco y si las moldeas como es debido, puro algodón acariciando las copas de los pinos, grandes y acogedores. El suelo puede convertirse en reto, y las grandes aves en grandes amigas. 
 Lo único malo de todo esto es que tienes que ser tú el que elija.

 Y luego ya simple estructura de carne y hueso.

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