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jueves, 16 de enero de 2014

Con los pies.

 Los mejores días, sin duda, son los lunes, miércoles y viernes. Lunes y miércoles sobretodo. Y no lo digo por los exámenes de química semanales ni la llegada del fin de semana. Lo digo porque esos días realmente vivo. Vivo, muero y revivo. Muerdo y callo. Grito. Lloro y respiro. También bebo agua fría. Caigo, me levanto y recaigo. Ruedo. Vuelo. Alto, muy alto. Y sueño. Abrazo, fuerte, muy fuerte. Me hago fuerte, es verdad. Y grito, ¿o ya lo he dicho antes? Da igual, grito más veces. Lluevo, del verbo llover. Nado. Galopo rápido, y despacio. Río, mucho muchísimo. Buceo. Escribo. Corro. Acaricio. Desahogo. Y qué bien sienta quitarse el reloj sin importarte la hora (ojalá el tiempo esos días se lo tomara con calma, y no pasase). También aprendo, y vuelvo a reír. Lloro, es cierto. Y cómo me enfado a veces. Aunque perdono. Mando y obedezco. Escribo. Escribo. Y pienso. Pero también escribo. Sin papel ni boli. Repito. Modifico. Copio. Salto. Cumplo. Deseo. Imagino. Acojo. Aunque sobre todo, todísimo, bailo. Bailo lo que más, y luego ya viene lo demás. Bailo y bailo. Joder, bailo.
  Y cómo sería la vida si se basase en eso, bailar. La vida sería felicidad, de la buena. Euforia mucha. Moratones más. Pero sería bailando.
  Al fin y al cabo, el tiempo que no bailo, es un sinvivir.
  Y yo quiero vivir.

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