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jueves, 31 de enero de 2013

Razones sin razón.

   Cortado, por favor. Todo igual que siempre. Todo igual que cada día a esa misma hora. La una y media. A la derecha, en la mesa del fondo, una madre soltera con sus dos hijos pequeños. No paran de correr y gritar entre las mesas y sillas. Ella ya va por el quinto cigarrillo.  En la mesa de al lado, un anciano leyendo el periódico de hace dos días. Mañana leerá el de ayer. ¿Azúcar o sacarina? Como siempre, azúcar por favor. En la barra está él. Esperando su café diario. Siempre espera con la cabeza gacha y su sombrero de vaquero, que tanto le gustaba a ella. Hoy no. Hoy se ha quitado el sombrero y mira a la derecha. Luego a la izquierda. Hoy algo ha cambiado. La mesa de esa esquina está vacía, como esperando a ser ocupada, por alguien que nunca llegará. El cenicero, vacío. No está. Ella no está. Probablemente haya elegido otro bar, o haya conocido a otro. El joven de la barra se levanta, dejando su café cortado y con azúcar en la barra. Ella ya no está.

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