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martes, 15 de abril de 2014

De no saber quién

  Míralas, cómo brillan.

 Nunca antes había sabido el amargor que se siente al escuchar los pájaros cantar, la melodía exacta de la libertad, estando uno encerrado. Vaya paradoja, te privan de la libertad impregnandote su caprichosa banda sonora sobre tu tímpano. El viento también vuela libre. No se sí lo habéis notado, pero siempre he estado un poco celosa del viento. Él puede correr todo lo rápido que quiera, sentir la adrenalina en su estómago, y la euforia más pura que exista. Puede ir a tanta velocidad que no deja de sentir la libertad en ningún momento. Echar carreras a su propia vida, gritar al mundo lo que le viene en gana, estar al borde del abismo y saltar. También puede empujar. Puede acompañar las olas del mar, sentir su olor, su braveza, su encanto. Puede chocar junto él contra las rocas, puede hacerse heridas sin sangrar. El acompañante más fiel de un ave, el enemigo mortal de un velero en plena tempestad. Qué juguetón, él, siempre junto al océano. Su océano.

¿Cuántas serán? Seguro que si te acercas a ellas, queman antes de lo esperado.

El viento también sabe ir lento. Recorrer un cuerpo entero sin que le molesten. Viajar por sus curvas y besar labios y bocas y labios. Puede ir todo lo lento que quiera, hasta ser el acompañante de cada nocturno solitario que camina por las calles de su ciudad. Esos que caminan cavizbajos, sin aparente compañía, arrastrando sus pies y con la mente en otro lugar, realmente van acompañados. Nadie puede vivir sólo. Es el viento, tan tierno, que le abraza y le envuelve en su capa con tacto a libertad, a euforia, a pureza. Eso también es verdad, el viento es puro rocío en movimiento. Un rocío que nace antes de que salga el sol, y muere a primeras horas de la mañana. Pero la esencia sigue en el viento.
Joder, qué bueno sería ser viento.

A lo mejor si las cuento...

  Creo que ahora se escuchan más fuertes. Los pájaros cantar digo. Parecen tan felices, tan satisfechos del labor que les ha tocado realizar en este mundo. Pero cómo duele escucharlos sin poder acompañarles. Retumban cada vez más en las paredes de esta celda, hasta que un día mi cabeza explote. Barrotes de carne y hueso. Que aprietan, presionan. Y joder, ¡que se callen ya esos pájaros! Hieren.

¿No parpadean?

 Si por lo menos estuviera sola tras lo barrotes. Pero no lo estoy, hay demasiado movimiento aquí dentro. Tanto movimiento que todavía no soy capaz de plasmarlo en el papel. Y el día que lo haga, se lo enseñaré al viento. Sólo al viento. Fiel amigo, tierno amigo. Porque soy todo lo que escribo y nunca enseño. Y el viento sabe quien soy. 
 Lo más curioso del caos son los sueños, demasiado abstractos. Demasiado elegantes. ¿por qué coño tendrán que aparecer ideas sin que yo las piense? He soñado que gritando iba a tu puerta. También borracha, mi primera buena borrachera. Gritaba y te pegaba. Sólo repetía una cosa: nunca [párrafo censurado por el autor].

 Sí que brillan, y parpadean también, es verdad. Creo que no puedo contarlas, son demasiadas. Quiero que sean mis amigas. Ellas y el viento. Las estrellas no paran de mirarme, o soy yo la que las mira a ellas.
 ¿Hola?

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