Este niño era menudito, bajito y con la cabeza brillante como
una bola de billar. Este niño ya no era como los demás. Antes gritaba, ahora
callaba. Antes corría, ahora caminaba. Antes soñaba, ahora reflexionaba.
Fue al poco tiempo de
entrar en su colegio cuando el niño travieso y juguetón dejó de hacer cosas de niños.
Ni travieso. Ni juguetón. Fue al poco tiempo de llegar a ese edificio, lugar
para aprender y dormir, morada de hijos de la iglesia.
Ojos oscuros miraban a
este niño, cuando gritaba y corría. Ojos oscuros atraparon a este niño, cuando
gritaba y corría. “¿Qué sucede Padre?” fue lo que dijo el niño. El cura le
llevó a una habitación oscura como sus ojos, donde solo él podía ver lo que
sucedía. A la mañana siguiente, este niño dejó de gritar para callar. Dejó de
correr para caminar. Dejó de soñar para reflexionar. Dejó de ser un niño de
verdad.
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