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sábado, 23 de febrero de 2013

Un sueño impregnado de nieve.


  Esta noche he tenido un sueño. Un sueño que ha hecho que me levantase con ganas de más. Mucho más.
  Andorra. El lugar donde me encontraba era en Andorra, tan cerca y a la vez tan lejos. Cómo es posible, que viviendo a solo unas horas de distancia, nunca me haya designado a ir. Tal vez sea por esa tendencia a vaguear que se ha asentado sin ningún problema en mi interior. Pero en los sueños, en los sueños no. Ahí todavía no ha llegado, ni llegará. En un sueño puedo correr, saltar y jugar durante horas sin cansarme siquiera. Una vez soñé que nadaba desde Portugal a NY solo por ver la estatua de la libertad. Y ahí estaba yo, sin jadear y con el mismo ánimo que conlleva una noche de sábado. Bueno, me estoy desviando del tema. Lo que iba a contar era mi sueño de esta noche…
  Bajo mis suelas, nieve. A cada paso que doy, noto cómo se hunde la densa, y a la vez ligera, capa blanca. Tan blanca que daña los ojos al mirarla. No estoy sola, también está mi familia, mirando con la misma cara de asombro el paisaje que se presenta ante nosotros. Tan bonito, tan irreal. El cielo, de un azul intenso, contrasta con el blanco de las montañas, que junto a los pinos de su colina, crea una bonita combinación de colores.
  Normalmente, cuando estoy en la nieve, suelo hacer muñecos y numerosas bolas para lanzarlas a cualquiera que se cruce por mi camino. Esta vez no. Ahora me dispongo a ponerme unos esquís, (¡¿yo esquiando?! Si no lo veo no lo creo) e impulsada por los bastones, comienzo a deslizarme colina abajo. Me siento ligera, como si en cualquier momento fuese a despegar los esquís del suelo. Si cierro los ojos, puedo imaginarme saltando por las nubes, con el viento azotando mi cara, a una velocidad peligrosamente rápida. Como si volase.
  Es curioso, porque esta sensación no la conozco, y sin embargo, siento como si ya la hubiese experimentado hace mucho tiempo. Nunca he esquiado, y lo más parecido que he hecho ha sido lanzarme con un trineo rojo en la cuesta de al lado de mi casa.
  Tras una mañana intensa de esquiar y esquiar, vamos a comer al hotel, todos juntos. La comida está deliciosa: de primero, una ensaladita de diente de león. De segundo, trucha a la andorrana. Y por último, de postre, brossat. Parece mentira que con el simple hecho de estar sentada una horita mientras comes, acabes con un cansancio que te impulsa a la cama a echarte una siestecita. Pero no muy larga, porque enseguida nos ponemos en camino y salimos del hotel.
   Esta vez no nos ponemos los esquís. Esta vez vamos a otra parte, también en la nieve.
  A partir de este momento no recuerdo muy bien el sueño. Solo escenas, que van saltando de una a otra. Una tras otras, algunas confusas y otras divertidas.
  Estoy de pie, sujetando lo que parecen ser unas riendas. Pero no estoy encima de un caballo. Son riendas más largas. Y bajo mis pies, madera. Es un trineo, muy distinto al rojo que tengo en la alacena. Más grande. Y más bonito. Las largas riendas sujetan perros. 2, 4, 6… ¡14 perros! De repente, se echan a andar. Ahora corren. El trineo, conmigo encima, se desliza tras ellos. Estoy guiando, yo solita, a catorce perros en la nieve. Es fantástico, incluso mejor que esquiar.
  Sin saber cómo ni por qué, me encuentro en una piscina, calentita, que ayuda a relajar todos los músculos de mi cuerpo, fríos y cansados tras un bonito pero agitado día en la nieve. Es un balneario.
  La última escena es en un coche. No sé a dónde me lleva. Ni de donde hemos partido. Miro por la ventana, y puedo ver el paisaje más bonito que he encontrado en muchos años. Son montañas, repletas todas de vida. Pinos verdes las cubren, y entre ellos, algún animalillo. Una liebre corre a meterse en su madriguera, perseguida por un zorrito. A tres kilómetros, cinco rebecos comen, arrancando las finas hierbas del suelo. Abro la ventana, y, sin dar aviso, un olor a humedad, madera y resina llena el coche por completo. Al inspirar, noto como el aire fresco  llena mis pulmones. Si saco la cabeza, y miro al cielo puedo ver un águila sobrevolar el paisaje, siguiendo al coche, como si nos protegiese de algo. O nos vigilase.
  Bueno, y este ha sido el sueño que me ha ayudado a levantarme tan eufórica.
  Ojalá, los sueños se cumpliesen. Tal vez, si cierro los ojos fuertemente y pienso en ello con intensidad, lo consiga. Acabo de ver una estrella fugaz, y creo que sé cual es mi deseo.

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