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jueves, 24 de diciembre de 2015

Cuando no ves.

Imagínate un cuarto oscuro. Ahora estrecha sus paredes y baja el techo. Más. Un poco más, que puedan tocarte y tú no puedas casi moverte. Y no ves. No hay ruido, sólo el producido por tu respiración, que además está acelerada. Inspira expira inspira expira. Si afinas el oído sí puedes oír algo más. Son voces pero el sonido es nítido y no distingues lo que dicen. Te agobias. Te agobias muchísimo porque piensas que el CO2 va a superar el O2. Que te quedas sin oxígeno y además no ves. Y oyes mal. Y el espacio cada vez parece más reducido para moverte, agachas la cabeza. Te tumbas y lo único que puedes hacer es dormir. Duermes.
Te despiertas sobresaltado porque el 'cuarto' se mueve. Te doblas la mano y te muerdes la lengua. No puedes ver si sangras, pero sabe a sangre. 
Vuelves a escuchar voces y esta vez más fuertes. Chillidos y alboroto. Y no ves nada. El cuarto vuelve a sacudirse y el techo se abre. La luz te da de lleno en los ojos y tú alargas el cuello para respirar. Tienes la nariz seca. Alguien te agarra y te aplasta fuertemente a su pecho. 'Si así son los abrazos no quiero más' piensas. Te sueltan y consigues estirar piernas y brazos. Te sacudes. Buscas agua y te vuelven a coger. Te das cuenta que es una niña la que te ha agarrado y la miras a los ojos intentando pedirle ayuda. No te entiende, porque te vuelve a estrujar. Estás agobiado, asustado, y sediento. 
Al rato te dan agua y comida, por lo que el susto se te va pasando poco a poco. Duermes, estás agotado.

Tienes casa, familia y cariño. Piensas que el desastroso inicio fue un mal entendido, cómo ellos pueden hacerte nada malo.

Pero... ¿Y qué haces aquí?

Lo bueno dura poco cuando empieza tan mal.

Conversación sobre la Navidad entre dos perros en una perrera.

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